DIGO QUE DIEGO DIJO
Abril de 2004. Congreso de los Diputados. Madrid. Discurso de investidura como presidente del Gobierno. Música: Psoe. Letra: Psoe. Interpreta: José Luis Zapatero, del Psoe. “Los ciudadanos nos exigen a los políticos que seamos fieles a nuestras promesas. Esta exigencia es para mí la más apremiante, la más obligada. Haré honor a la palabra dada". Sic.
Goebbels decía que “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad". Si sabría el alemán de Hitler sobre propaganda. Nazi. Fascista. Totalitaria. La mentira en la boca del dictador sale de la esfera de la picaresca para instalarse en la pronunciada pendiente de la traición y en el abrupto acantilado del delito. Ya lo decía el clásico Mateo Alemán: “Quien quiere mentir, engaña y el que quiere engañar, miente". Cicerón, el Demóstenes romano, afirmaba que “aunque digan la verdad, los mentirosos no son creídos”. Ahí discrepo amargamente. Hay mentirosos tan diestros en el manejo del alfanje mayéutico y su rostro maquillado inspira tanta confianza, que te seccionan la yugular a poco que pongas el cuello al alcance de su brazo. Y cuanto más jure, más clava la puntilla del engaño en el tablón limpio.
El presidente Zapatero ha podido ser víctima del síndrome de creerse sus propias mentiras y lanzarnos toda una sarta de promesas que entendía cumplibles. No descarto el error en su discurso de inauguración. A partir de ahí, nada que provenga de él me creo. Nada. Y si no, acudan a su programa electoral. Un programa debe ser un compromiso de avance en el contrato social. No hace falta leer a Rousseau para entender la esencia del contrato social. Basta leer el debe y el haber de la contabilidad de nuestro quehacer cotidiano. No obstante, facilitaré algunos ejemplos de por qué sublime parte de su anatomía se ha pasado el señor Rodríguez Zapatero los compromisos con el pueblo español.
Recordarán ustedes que ya avanzó que no se trasladaría el Archivo de Salamanca. Se sigue llevando a Cataluña. Y qué me dicen de su intención de reducir la temporalidad en el empleo juvenil. Ni temporalidad ni perpetuidad ni nada de nada. Lo peor, ni empleo. La tasa de paro de los jóvenes besa el cincuenta por ciento. Para dar a troche y moche, sus previsiones de inflación para el cálculo de las pensiones. Se enfangó tanto en el antiaznarismo que se mordió su propia lengua y se envenenó con el bocado. Especial énfasis puso el su voluntad de acabar con la cultura del ladrillo. No sabía, el pobre, que la cultura del ladrillo se encargaría de romperle sus queridos piños.
Pero hay más. Sin bucear demasiado, les llevo a su memoria la idea de no incrementar la presión fiscal. Ojú. Si antes lo proclama, antes se traga sus falsedades. Que pregunten a los españoles por el IVA, la gasolina, el alcohol, el tabaco y un largo etcétera de impuestos indirectos que gravan, por igual, al muy rico y al muy pobre. Pues que el pobre ni fume ni beba ni conduzca, que para eso es un indigente económico. Qué bien, Qué respuesta más social.
Lo de la unidad de todos frente al terrorismo y con las víctima, es de manual de la corrupción política. Ha dado palos en el lomo de los afectados por la banda asesina etarra y a la organización criminal y mafiosa de origen vasco ha lanzado inequívocos guiños de complicidad que se resumen en el “accidente” de la T-4 de Barajas y en el incidente ignominioso del “Faisán”. En este terreno, ocupa un espacio hiriente su propósito de hacer del Fiscal General, una institución del Estado. Nunca como con Conde Pumpido, la Fiscalía había arrastrado tanto su prestigio, al tiempo que embarraba la toga con el pretexto peregrino de procurar la paz. La paz sucia. La paz sucia como antídoto miserable frente a la guerra sucia de los GAL. Enmedio, Rubalcaba.
Zapatero no creó. Tampoco confeccionó. Ni siquiera remendó. Se limitó a ensuciar, untar, enturbiar, enmugrecer y guarrear. Cinco millones de parados y varios más de asqueados dan fe de lo anterior. Donde dijo Diego dijo Alfredo y donde Gal, Faisán. Y así. Bonito.
Un saludo.
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