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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LAS EDADES JUBILOSAS

 

Sesenta años. Treinta y ocho, de servicio activo e ininterrumpido. La mujer se quiere jubilar. Zapatero no la deja. Más edad y más servicios. No es parlamentaria. Trabajadora de a pie. Se ha dejado el pellejo durante cuatro décadas. Nunca tuvo despacho. Ni teléfono móvil a cargo de la empresa. Ni ordenador portátil. A base de esfuerzo, la trabajadora tiene la inquietud de su futuro. Algunos de sus hijos se hallan en paro. No cobran subsidio alguno porque jamás tuvieron acceso al mundo del empleo.

 

Confiaba la trabajadora en un feliz retiro laboral. La confianza en el Gobierno psoecialista le ha jugado una mala pasada. Fue de los españoles que creyeron a Zapatero al negar la crisis. Pagó ella su desventura y, con ella, quienes retiraron al presidente narciso cualquier atisbo de verosimilitud. Justos y pecadores siempre acaban en la misma urna de cristal. Está bien que el ánimo nos incline a confiar en las personas a las que no conocemos, porque todavía no nos han traicionado. Lo que no está bien es que confiemos en los políticos  cuya predisposición al engaño es repetida, constante, continua y acreditada.  La mujer quiere jubilarse. No se atreve. El túnel que se abre al paso de los años está oscuro e incomunicado. Las luces de antaño se han fundido. Bastaría cambiar las lámparas. No interesa. El empresario ordenó al electricista no reponerlas. Que anden a tientas, exigió. Si tropiezan, que se levanten.

 

Y mientras, el desempleo abraza a uno de cada cinco españoles en activo. A cuatro de cada diez jóvenes en edad de trabajar. Quieren pero no pueden. Mañana, tampoco. El gerente de la empresa es un desdichado ignorante que traslada a los demás su mala baba. Él, sí. Los suyos, bien colocados. Los demás, que se busquen la vida.

 

La edad de jubilación no se puede modificar. Ni es de recibo congelar las pensiones. El desempleo juvenil es una bomba de relojería que estallará el día en que las familias dejen de prestar a sus hijos el sustento, el alojamiento y la paga semanal. Retrasar la edad de jubilación secciona de un tajo cualquier probabilidad de los jóvenes. Por cada dos meses, un año de retraso. Se abre la ventana pero se cierra la puerta. No tiene sentido. Se lesionan los intereses de la empresa nacional. Algunos escuchan campanas pero no saben de dónde vienen. Cabe la prórroga voluntaria de la jubilación. Sin embargo, hacer precepto de la voluntariedad, atenta contra el significado del término. Voluntarios de la Cruz Roja, todos. Porque sí. No puede ser. A todos nos llega el momento de hacer mutis. Los chavales reclaman un papel que, cruelmente, se les niega.

 

La crisis podría explicar el retraso en la jubilación en un país con pleno empleo o con unas tasas de paro en torno al diez por ciento. Esto no ocurre en la España zapateril. Muy al contrario.  Las cifras demandan otro tipo de actuación en el terreno social. Las políticas activas no pueden confundirse con las políticas de desprecio a las clases pasivas. Pasiva viene de pasión. Pasión, del pathos griego se deriva. Pathos es sufrimiento que nace del esfuerzo. La jubilación es la alegría postrera que resta a los trabajadores después de treinta y ocho años de lucha por la supervivencia. En el trabajo dejó sus mejores años. Ahora, cumplidos los sesenta, no puede disfrutar de su bien ganada alegría. No la dejan.

 

Malos tiempos para la lírica. La épica no es la poesía más adecuada al progreso. La odisea pilla mayores a muchos. El conflicto nos explotará entre las manos. Cuestión de meses. La situación es insoportable.  La edad de jubilarse no es, ya, la edad jubilosa. No se sabe cuándo toca. Pena, penita, pena.

 

Un saludo.

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