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Francisco Velasco. Abogado e historiador

TOXO

 

 El hombre. Rojo por dentro. Azul por fuera. O al revés. Obrero de día, burgués de noche. Faro sindical a ratos. Empresario, por reto. Dirige la mayor sociedad de España. Con dinero público e interés privado. Toxo, el señor del Báltico, quiere huelga. Huelga quiere el capo del crucero a tres mil euros la estancia. En plena mar, le daba uno juerga.

 

Toxo pide a los abuelos que no cuiden a sus nietos. El veintinueve de septiembre, no. Mientras se paseaba con su esposa por las aguas frias del norte de Europa, todos a trabajar. El gran Toxo descansa. Está cansado del pico del albañil, del tiznado del minero, de la soledad del marino, de la paciencia eterna del oficinista. Muy cansado de hacer nada. El burgués Toxo necesita reposo. Miles de liberados sindicales esperan sus órdenes. Unos pocos más afiliados confían en él. Administrar una compañía de ese calibre no es tarea fácil. Los beneficios, pingües, es verdad, pero resulta duro vestir la pana cuando tienta lucir el terciopelo. El café del Villamagna oscuro amarga la sonrisa espléndida del almuerzo opíparo, a cuenta ajena, en el lujoso hotelito. Ay, Toxo, qué pena me das.

 

Se te pone la misma sonrisa helada del Pepiño más feroz. Tu compinche, el ugetista, oculta su rubor tras la poblada barba. El bigotito no logra la misma piedad contigo, Toxo. Te descubre el rictus de soberbia y no contiene tu expresión despreciativa. No hablo de asuntos privados, declaras. Sólo declaras lo que te interesa, Toxo.

 

Nunca te caracterizaste, Monsieur le Commisioniste Ouvrier, jamais, por tu entrega a los demás. Ni has sobresalido por lo que aportaste a la cultura, al deporte, a la ciencia, a la filantropía. Acaso alguna vez mecenaste artistas o amparastes desvalidos. Acaso. Te distingue el cinismo de tu comportamiento. Le jour, aparentas ser Zola. La nuit, eres pintor de club de carretera. Sabes, como pocos, que el capitalismo no tiene más ideología que el mercado ni más leyes que la oferta y la demanda ni más credo que la maximización del beneficio. Lo sabes. Lo vives. Lo sientes. Lo practicas. Te hallas al frente de un ejército mercenario que alimentas con el dinero del contribuyente que, por supuesto, te ingresa el amigo de turno. A cambio de silencio. De complicidad.

 

Recuerdas, Toxo, a los demagogos de la Restauración, a los insultadores resultones, a los más repugnantes pandilleros políticos, a los dóciles alguacilillos que cortan orejas por imperativo del que preside un coso manchado de sangre y de orín. Recuerdas muchas cosas. Al ingenioso pilluelo barroco, al truhán de feria que chalanea, al vocero preelectoral. Se le acaba el chollo y se resiste a renunciar a tamaña ganga. La reforma laboral le dejará sin copichuelas de “domperignon” y el estómago rechaza el cazalla.

 

Buscas tu beneficio. Eres tan capitalista como el más reputado de los Rockefeller. Lo tuyo no es captar trabajadores para una causa justa. Tu interés se detiene en dar asistencias al poder zapateril. Que éste obtenga los votos, que tú te llevarás las subvenciones. A los trabajadores, que les den por allí. A los parados,... A esos no los conoces. Son cinco millones y subiendo. A ti te importan mientras los formes en cursitos de pitiminí que cuestan un riñón y forran a un montón. Qué te importa el español. Ni el obrero. Ni el parado. Ni el pensionista. Te importas tú, y tú, y solamente tú.

 

Reciba mi más sincero reproche, señor Toxo. Cambio el tuteo por el trato de usted. Sólo hablo de tú a mis amigos. Y a quienes desprecio por su conducta reprobable. Pese a la suya, le retiro el tuteo. Usted, señor Toxo.

 

Un saludo.

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