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Francisco Velasco. Abogado e historiador

AUTOGOBIERNO

 

 Hay quien ha calificado a Zapatero de Narciso. Me gusta. Escritora ha declarado que padece el síndrome de la “madrastra de Blancanieves”. Me encanta. Más preciso, en cuanto connota un delirio mayor, El narciso sólo se ve a sí mismo. Se complace en su figura. Está feliz de conocerse. La madrastra del cuento se compara con los demás. La belleza del otro, de la otra, le atormenta. No puede soportar que nadie tape los rayos que irradian de su faz resplandeciente. Rechaza la verdad que desluce su protagonismo absolutista.

 

Cuando alguien, que dice servir al pueblo, reduce su periplo gubernamental a un resumen de hincha futbolístico, revela su inopia cultural, la calidad de su veneno intelectual y su nihilismo argumental. En cualquier caso, lo que me aturde y me desalienta es la posición "pilatesca" de algunos que se lavan las manos para no comprometerse. Zapatero pide en Cataluña el autogobierno de esa región. Antes preguntó al espejito si Rajoy es más bello que él. Como el espejo dijera que sí, en mil pedazos lo rompió. Como romperá España a poco que la fractura de la Nación, del Estado y de la Administración le permitan prolongar, algunos minutos aunque fuere, su título de belleza. Sus escrúpulos políticos tienen la misma enjundia que los de un caracol.

 

Tentación de los totalitarios es crear una vida utópica, huérfana de miserias y de enfermedades del pasado y temerosa de las oscuridades del futuro conformista. El británico Huxley representó, de forma magistral, esta voluntad en su "Un mundo feliz". Constituye la lucha perpetua entre la verdad y la ficción, por más que, como ocurría con el platónico mito de la caverna, el mundo irreal trae la felicidad, sean los habitantes esclavos o estén presos en la cárcel de su mente.

 

Sin embargo, la Bolsa no sube por la curación de la enfermedad de los mercados, sino por la creencia de que el mercado será salvado de las aguas, como un Moisés mercantilista, por los nuevos egipcios de la Unión. Y como Moisés, el mercado, una vez rescatado, volverá a ser líder del pueblo oprimido, de la hecatombe bursátil, de la autorregulación de la naturaleza. El rescate es una medida temporal, un truco efectista, un cinematográfico efecto especial. La Bolsa puede engañar al mercado, pero sólo un ratito. El que no tiene capacidad de engaño es el mercado. Por mucho lifting al que se someta, por mucho transatlántico que se habilite, el maquillaje es perecedero. Se sigue construyendo sobre terrenos movedizos.

 

Pero la madrastra hipernarcisista sigue al pie del espejo. Se mira y mira. Sigo, se dice entre satisfecha y engreída. Sigo, masculla con la devoción del poseso. Mientras, las prestaciones sociales se tambalean. Educación y Sanidad, de campaña electoral. La agricultura, hibernada, a la espera de Marruecos. La industria, en descenso vertical. Desempleo rencoroso. Bolsa que repica. Expectativas, lejanas como los tambores. Vendavales independentistas. Justicia cobarde. Tribunales perdidos. ¿Regeneración? Como la del 98. Palabras al viento. Pobreza que avanza. Más desigualdad. Prensa que calienta pero no quema. Opiniones que ondean mercenarias al viento del mejor postor. Políticos, empalados en la estaca de su irresponsabilidad. Ciudadanos que hallan consuelo, y sopor, en la tonta caja lista.

 

Los problemas se acumulan, las soluciones se quedan en el estrato de la promesa vacía. Brotes verdes de la esperanza ficticia sucumben ante los rebrotes rojos de la sangre del paro. La culpa, del mundo, rugen los milicianos ministros que se aterrorizan porque la poltrona de poder se les escapa del mullido trasero. Ojos iracundos, labios contraídos, puños encrespados. La madrastra no quiere que nadie le expropie el tesoro, su tesoro.

 

Las ministras muñequitas, que dice la prensa alemana, contribuyen al fulgor de la madrastra narcisa. Los ministros ignaros, más de lo mismo. Los caudillos independentistas sacuden el árbol envenenado. No dejarán que caiga, pues el veneno garantiza la continuidad de su horizonte separatista. Un nuevo árbol complicaría muy mucho sus proyectos segregadores. Que siga el mismo. El árbol madrastra, encantado de su papel. Se ve tan hermoso... Leña es. Leña. Leña vieja y llorona que el gallo picotea para su conveniencia y para aprovechar la caída del árbol por el que, en vez de savia, circulaba veneno.

 

Un saludo.

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