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Francisco Velasco. Abogado e historiador

CADENA PERPETUA

 

  El Código Penal no la contempla. Nuestro ordenamiento constitucional no explicita su abolición pero advierte que "las penas privativas de libertad estarán orientadas hacia la reinserción social". Que en países vecinos, como Francia o Alemania, sí se aplica para delitos muy graves, es verdad. Que España rechaza su implantación, muy cierto. El problema de las leyes estriba en que su promulgación debe responder a una demanda de la sociedad. ¿La hay? Comme ci, comme ça, que dicen nuestros chauvinistas vecinos del norte. Explíquese. Verán. Los casos recientes de la niña Mariluz y de las adolescentes Sandra y Marta han provocado tal alarma social que ha sobrevenido una oleada de reclamaciones en este sentido.

 Actuar por oleadas es como estructurar por coyunturas. Una necedad y una contradicción. Sangre fria en corazones calientes hacen estadistas. Sangre gélida en corazón helado genera tiranos. Sangre caliente en corazón cálido es caldo de demagogos. Legislar es una actividad muy seria para dejarla en manos de dictadores y populistas de vía estrecha. Los asesinatos de estas muchachas han conmocionado a la sociedad española. Tanto por el despiadado actuar de los asesinos como, y quizás más, por la contumacia de su cinismo calculado. Mientras no haya pruebas, los indicios poco valen. Si no existe el corpus delicti, la presunción de inocencia se abre ancho camino.

 A este articulista preocupa el griterío del pueblo pero le asusta la actitud de los gobernantes. Preocupa el clamor advenedizo y asusta la omisión de los padres de la patria. Mariluz, Sandra, Marta, sí, como tantas otras víctimas inocentes. Por encimá del sí, está el "requetesí". Esta reafirmación se produce cuando el artículo 25 de la Constitución se aplica a los asesinos de ETA. Ni se reeducan ni se reinsertan. En ese contexto de terror continuado e ininterrumpido contra la sociedad, el requetesí se corporeíza. Cada asesinato de la banda exige una respuesta acorde a la magnitud de su crimen.

 Las respuestas de los gobiernos democráticos no pueden ser más débiles que las de los estados tiránicos o despóticos. Al contrario. Su contundencia se alimenta de la legitimidad que el pueblo concede a sus elegidos para defender, con uñas y dientes, esa democracia en la que han decidido vivir. La democracia no se impone. La democracia se gana. Las demostraciones de los que añoran tiempos pasados, de los que crispan para provocar, de los que acometen para dividir y de los que minan el diálogo para dinamitar el consenso, esas demostraciones digo, abonan la intención malévola de los antidemócratas.

 En el terrorismo de cualesquiera índole y procedencia halla cobijo la petición de la cadena perpetua. La reflexión y el diálogo debieran abrirse paso, entonces, para refrendarla. El castigo es demasiado severo como para tomarse las cosas a la ligera. Ni sí a priori ni lo contrario. En cualquier caso, actuar con responsabilidad. La omisión puede resultar irresponsable. Tiempo al tiempo y al análisis profundo, aire. Mucho aire.

 Un saludo.

 

 

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