MUSSOLINI Y HITLER
Demasiadas contemplaciones. Demasiado a ver qué pasa. Demasiado cállate que a lo mejor se arregla solo. Demasiada ingenuidad. Demasiado miedo.
Cuando el canalla se empecina en cometer la atrocidad, la anuncia. Avisa sobre su fechoría. Duda sobre el momento preciso de la ejecución mas al cabo la perpetra.
A lo largo de la historia, los mussolinis y hitlers de turno han sido muchos. Son muchos. Serán muchos. Mientras los dirigentes del mundo libre no pongan pie en pared, la guerra será el resultado lógico de una crónica premonitoria.
Dice el clásico que más vale prevenir que curar y que más vale una roja que cien amarillas. El muro de la vergüenza se derribó. Existe otra muralla más vergonzosa: la del hacer nada, la del pasar de los problemas, la del permitir que los facinerosos campen a sus anchas, la del silencio cobarde, la del ciego que no tiene interés por ver. Las guerras son siempre probables. Indeseables pero potenciales. Su paso al acto no se produce por generación espontánea. Es fruto de un largo y letal parto.
No dejen solo al corazón al frente de las decisiones. La razón debe ser su compañía. Decía Concepción Arenal que "el ruido de las carcajadas pasa, pero la fuerza de los razonamientos queda". En este sentido, Bernard Shaw advertía que "el hombre que escucha a la razón está perdido pues la razón esclaviza a quienes carecen de fuerza para dominarla".
Las guerras fueron y son. Serán. Podemos evitarla si razón y corazón, si firmeza y respeto son las cualidades que adornan a nuestros dirigentes. En cualquier caso, guerra, no; paz de los cementerios, menos.
Un saludo
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