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Francisco Velasco. Abogado e historiador

COMPETENCIA Y COMPETITIVIDAD

 Un Gobierno que se precie, presidente Zapatero, debe considerar prioritaria la tríada conceptual formada por la innovación, la productividad y la competitividad.
 Que el gran cáncer de nuestra economía es la escasa competitividad nadie con dos dedos de frente lo pone en duda. Que de la crisis sólo se sale potenciando la competitividad, ningún economista disiente. Que el paro es una manifestación, muy dolorosa, de la crisis, pero no su causa, es de común consenso. Que la competencia no es lo mismo que la competitividad, es de perogrullo, por más que se hallen estrechamente interrelacionadas.
 La economía española se desinfla como un globo y esta reducción de su volumen radica en una doble casuística. De un lado, en que se cree suficiente, por ejemplo, en el sector turístico, ofrecer el mejor servicio. De otro, en que no pocos expertos incurren en el error de la especialización de escaso IVA. El frenazo turístico -no olvidemos el peso del turismo en la economía española desde los años sesenta del pasado siglo XX- nos debe hacer reflexionar. Y en esta reflexión, habremos de inferir que el extranjero y el nacional no buscan sólo el ocio de sol y playa, ni el hotelucho de tres al cuarto, ni el paseíto por la orilla del mar, ni la sesión de cine nocturno en un recinto al aire libre. No. El turista busca un servicio diferente, lejos de lo banal, caro pero que satisfaga y distinga, que ajuste el coste a los precios, que la oferta deslumbre a la demanda.
 El término investigación se acopla al de desarrollo y ambos cierran filas en torno a la idea de innovación. Sólo el muy buen paño sigue vendiéndose en el arca, pero incluso la mejor obra de arte precisa caminos innovadores para espolear el mercado. Los productos nuevos se introducen -y permanecen- en el mercado cuando comportan una mejora sustancial. El turismo de golf y de spa marca unas nuevas pautas en el sector de la hostelería. ¿Podemos afirmar, sin embargo, que el nuestro es un país innovador? Cierto es que, en los últimos decenios, nuestra inversión en I+D+i se ha incrementado, mas a pesar de este avance, seguimos muy detrás de la media de la UE y, sobre todo, de Japón y Estados Unidos. No es que invirtamos menos que Eslovenia o Chequia, es que el Banco de España avisa de nuestro defícitario caudal tecnológico y humano.
 La competitividad comporta capacidad organizativa la cual trae consigo ventajas comparativas que, a su vez, permitan mejoras en el entorno social y económico. La capacidad organizativa es inherente a la estrategia de negocios. Las ventajas comparativas se acompañan de recursos y habilidades respecto a los competidores a quienes se pretende relegar o adelantar. Las mejoras sociales y económicas llevan aparejada una sostenibilidad que permita arrinconar productos que son flor de un día. Es decir, se trata de prever la competitividad futura y ésta sólo será posible cuando se generen nuevos nichos de mercado y cuando se lancen con éxito nuevas ideas, nuevos productos y nuevos servicios. La competitividad exige, pues, calidad constante e innovación sistemática. La calidad competitiva se vincula a la productividad y ésta es el fruto de una inversión fuerte en capital pero también en recursos humanos.
 La economía española, Zapatero, precisa una estimulación. No podemos caer de nuevo en la demagogia del PER y del subsidio generalizado. Puede que, de esta manera, se aseguren votos. Sin embargo, es seguro que, así, el país recuperará niveles de pobreza como jamás quisiéramos recordar. El estado español, presidente Zapatero, no es una suma federal. Es una unidad. Su fortaleza depende de su estabilidad política, pero también de la idea de comunidad, de cooperación, de responsabilidad entre los distintos pueblos de nuestra España. Cantones primorepublicanos, no. Aprenda historia, presidente.
 Un saludo.

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