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Francisco Velasco. Abogado e historiador

NO ME LO CREO

Pero me lo quiero creer. El Acuerdo firmado, precisamente hoy, día 1 de abril, entre el Partido Socialista de Euskadi y el Partido Popular en el País Vasco puede ser histórico si se consuma y puede convertirse en el gran fiasco si se va al traste. La nueva mayoría, sobrevenida y bienvenida, que se ha constituido en esa parte tan singular de España, constituye un hito. Este humilde articulista hace votos para que el Pacto consiga los objetivos que ambos partidos firmantes se han dado, y que, no textualmente, reproduzco:

- Construir el futuro desde el respeto a la legalidad y a las reglas del juego que nos hemos dado entre todos.

- Fortalecer nuestras instituciones y defender las libertades, de manera que se garantice la igualdad y se apueste por la regeneración democrática del País Vasco.

- Reconocer que la sociedad vasca es plural y quiere seguir siéndolo y respetar los diversos sentimientos de pertenencia de sus ciudadanos.

- Cohesionar el país desde el diálogo y el acuerdo entre diferentes, con políticas que garanticen la igualdad de oportunidades, teniendo en cuenta los derechos universales de ciudadanía.

- Acabar con la política de frentes y con las propuestas unilaterales que cuestionan de manera constante nuestro autogobierno y la legalidad y llevan a la crisis permanente y a la parálisis institucional.

- Dar prioridad a la atención de los problemas reales de la gente para construir un futuro de más progreso y bienestar.

Es posible el diálogo entre los dos grandes partidos de España. Digo de España y no  nacionales porque, pese a quien pese, se diga lo que se diga, tan nacionales son el PSOE como El PP, el PNV como CiU. Estos últimos, más pequeños, por más que se digan nacionalistas, son asimismo nacionales. Y si alguien está en desacuerdo, así lo manifieste y violente el literal del artículo 2 de nuestra Carta Magna: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.

Jamás tuvimos, en casi dos siglos de historia constitucional, una Constitución tan consensuada y, acaso gracia a ello, -o al revés-, tan ambigua y flexible. Cualquier reforma de esta Ley Suprema debe aspirar a esa cota de consenso, -dentro de la modernidad que los nuevos tiempos marcan- que permita a todos los españoles, sin excepción, sentirnos satisfechos de cuán importante es asumir la soberanía nacional. Pocas veces ha sido posible plasmar, de manera tan acertada, la idea de una España plural y diversa que, en esa riqueza, defiende su unidad.

Me lo quiero creer, me lo quiero creer, me lo quiero creer...

 

Un saludo.

           

 

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