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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL "ENEMIGO" NORTEAMERICANO

EL "ENEMIGO" NORTEAMERICANO

    El acto despectivo protagonizado, pocos años ha, por José Luis Rodríguez Zapatero, entonces Jefe de la Oposición, al paso de la bandera norteamericana en un desfile militar de conmemoración, provocó una polémica que no se ha apagado todavía. Zapatero culpó al Presidente George W. Bush por su política bélica en Irak, como si la bandera fuese símbolo privativo de una persona y no de toda una nación. Pero Zapatero, aparte de su inveterada costumbre de culpar a todo el mundo de lo que él hace/no hace, es uno de los exponentes universales más claros del buenismo ramplón, posible reminiscencia de alguna frustración personal o probable resultado de un éxito jamás soñado. Y este buenismo es consecuencia, acaso, de su ignorancia supina en muchos temas y de su afición a dogmatizar todo aquello que le llega de sus más cercanos asesores, los cuales practican el sistema, tan antiguo como el mundo, de mostrar sólo lo que interesa por más que se falte de forma alevosa a la verdad histórica. O bien, es dueño de lo que se ha venido en denominar "cultura del Reader´s Digest", basada en el conocimiento epidérmico, superficial, tangencial, de los asuntos en tanto convierte al lector -por arte de birlibirloque- que aprende de memorias frases de autores famosos, en lector de sus obras completas.
    Por ello, considero que el Sr. Zapatero se mueve dentro de esta cultura dérmica y prueba de ello es su esperpéntica, vacua y pueril idea de la "alianza de civilizaciones". Nihil novum sub sole (nada nuevo bajo el sol). A fin de aclarar ciertas cosas, me remitiré a dos hechos históricos, entre los muchos existentes, que nos aleccionan en cuanto nos demuestran que un estadista es algo diametralmente opuesto a un hombre de partido, por más que ambos sean considerados políticos.
    El primero de estos hechos históricos se fecha en 1927, cuando se firma el Pacto Briand Kellog y los estadounidenses se empeñan en dejar fuera del mismo a España. ¿Ven ustedes, diría uno de los "alegraoídos" de Zapatero, cómo no nos quieren? La respuesta es infesta porque aquel Pacto perseguía declarar la guerra como acción ilícita, fuera de la ley; se trataba de un pacto manifiestamente pacifista, suscrito fuera del marco de la Sociedad de Naciones, tras la Primera Guerra Mundial. ¿Quién gobernaba entonces en España? El Jefe del Estado era el rey Alfonso XIII, pero el factótum fue el dictador Miguel Primo de Rivera, cuya cólera alcanzó altísimas cotas. ¿Podríase interpretar este desprecio institucional como una ofensa a España? En absoluto, porque los negocios se hacen cuando conviene a las partes y, en este momento, no interesaba a Estados Unidos la presencia española. Un estadista siempre busca los intereses de su país y al mismo subordina otros aspectos.
    El segundo hecho histórico se fecha en 1953 cuando el presidente Eisenhower firma con el dictado Francisco Franco los Acuerdos para instalar bases militares norteamericanas en España. ¡Cómo un demócrata puede hacer negocios con un dictador, bramaría enfurecido un clon de Zapatero! Negocio, puro negocio, asunto de Estado, nunca interés de partido. Por más que se opusieron a ese Acuerdo Francia y Gran Bretaña, Truman primero y Eisenhower después, se dieron cuenta de que el Plan Marshall (del que nunca se benefició directamente nuestro país, tal como recogió magistralmente Berlanga e interpretó de manera soberbia Pepe Isbert) podía llegar tarde, pero bien a España. Como se revelaba en un telegrama secreto remitido por el embajador Lincoln Mac Veagh, eran los norteamericanos los más interesados y ansiosos se mostraban por llevar el Acuerdo a buen puerto. Y así era porque Eisenhower, como antes Truman, perseguía un poderoso Frente anticomunista del que España podía formar una indudable vanguardia. En palabra de Escudé, las negociaciones hispano-estadounidenses fueron un modelo de patriotismo anclado en el reconocimiento de la asimetría de poder entre un Estado fuerte (y bien respaldado) y un Estado débil (encontrado en su soledad).
    El punto común a ambos hechos es la actitud política de los norteamericanos, sean del signo que sean y no importa la época en que se hallen. Lo que les importa es el Estado, la Nación. Es la posición de los estadistas. ¿Alguien cree que a Zapatero le interesa el Estado español más que su voluntad de ganar las elecciones para su partido? Yo no lo creo. El Estado es él y por eso no se levanta al paso de la bandera de Estados Unidos. Despreciaba a Bush y lo abandonó en Irak. Admira a Obama y lo deja tirado en Kosovo. Que la OTAN se fastidia, ¡a mí, plim! Zapatero y Erdogan: la alianza de civilizaciones. Dios nos coja confesados. Sr. Zapatero, que la paz no se hace con gestos, que
Vd. no se entera o no se quiere enterar.
    Un saludo

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