LOS BUSCONES
Quevedo escribió, allá por los inicios del Diecisiete, una de sus obras cumbre. El Buscón. En la vida del pícaro casi siempre hay una familia sin más valores que los del sobrevivir cada día. Para esa vida, mejor otra, por desconocida que se presente. A veces se encuentra el día. La mayoría de las veces, un domine Capra te abraza al hambre. El sino del barroco es la conciencia del desengaño, el pesimismo vital y el camino a saltos picados. Hay tanta mierda en el suelo, que por fuerza el recoveco, la sinuosidad, el serpenteo físicos se subliman en el retorcimiento moral que es, en definitiva, la hipocresía. Mucho escaparate para nula trastienda. Fachada que esconde, tras ella, la miseria. La protomiseria. La archipobreza.
La cúpula dirigente del Psoe en Andalucía viene a ser como la nueva buscona aunque no haya aparecido el Quevedo que escriba sus trapacerías. La vergüenza de los expedientes de regulación de empleo se caracteriza en la actitud del clérigo avaricioso que, para engordar su codicia, deja a la población famélica. Los irresponsables políticos que han conducido a esta situación mantienen sus puestos dirigentes y suben a diario el telón de sus maldades. No sé quién, no me acuerdo, decía que el mundo no está en peligro por las personas malvadas, sino por aquellos que permiten la maldad. La camarilla psoecialista que, en estos funestos tiempos, maneja el ínclito José Antonio Griñán, esgrime el origen humilde de algunos de la banda para justificar el saqueo. Su cinismo no tiene fin. La humildad de cuna se reafirma en la hornacina de la conciencia social, pero se corroe en la cripta del odio a los que nacieron alto.
Vargas Llosa, el peruano español, lo describió como nadie en “El sueño del celta”. Los animales matan por comer o por defenderse. Los humanos, aparte de ese estado de necesidad, lo hacen por envidia, celos, estupidez, fanatismo, inclinación al daño. Los filósofos griegos apelaban al juego de contrarios para explicar el movimiento. La hermosura frente a la fealdad. La tristeza que se opone a la alegría. Sin embargo, se va más allá. La filosofía cede parte de la sabiduría a la física y esta ciencia rechaza lo absoluto. No existe el elemento aislante de la electricidad. Sólo se puede hablar de cuerpos muy conductores y cuerpos poco conductores. El frio no existe, sino como ausencia de calor. La oscuridad es el resultado de la huida de la luz. El mal no se explica más que por el abandono del bien.
Unos llaman al mal, Satán. Otros lo denominan muerte de dios. En política, el mal se encarna en los rostros de quienes hacen del deber legal, derecho de pernada. La Junta de Griñán no se estremece ante el millón de andaluces en paro ni a causa de la crisis que agota el consumo ni por mor del tsunami de pobreza que se cierne. El mal que han causado no se repliega en la imagen de nuestra Comunidad. Transita allende la vidriera. Alcanza la bodega del buen vino. Hasta que lo avinagra.
Y uno se lamenta no ya por lo que se han lucrado estos golfos. Ni por el fraude contra la hacienda pública autonómica. Ni por el saqueo continuado a la seguridad social. El cabreo se incrementa por lo que han atropellado, apaleado, perseguido, discriminado o acosado. Por la caza, como aquelarre goyesco, de quienes, desde su función profesional o desde su ética personal, les advertían que el emperador estaba desnudo. Desnudo, sucio y pestilente. Por el arponeo a los que, por cumplir con su deber de garantes, fueron excluidos, apartados u obligados a morir.
Los buscones contemporáneos andaluces no se encuentran en las calles. No son gorrillas de aparcamiento. Tampoco, gorilas de discoteca. Ni tenorios de prostitutas. Se apoltronan en sillones de altura y confeccionan capirotes con los principios y con las leyes. Dentro de la Junta de Andalucía hay unos cuantos. Los más sobresalientes no son los que han sido pillados. Sobre ellos se alzan los que han permitido la rapiña, el despojo o la depredación. Lo han permitido y siguen cubriendo el latrocinio. Ellos son los buscones del barroco del Veintiuno. Ellos.
Un saludo.