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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA PUERTA DEL PARAÍSO

 

 Hay que estar en Melilla para entender la oscuridad. Una humanidad desbordante de juventud acecha el momento. Carreras y escaramuzas mantienen  en vilo al vigilante. Es la lucha diaria entre el invasor superviviente y la policía a la expectativa del asalto. En medio de unos y otros, las alambradas franqueables. Horror de una sociedad que custodia privilegios seculares. Esperanza de otra que anhela horizontes de blancos. Maldita sea la estampa de la pobreza.

 

A la vera del camino, la Guardia Civil. Unos pocos uniformados que reciben órdenes. Frente a los héroes anónimos de la Benemérita, la creciente masa de ciudadanos convertidos en parias por el funesto determinismo de su lugar de nacimiento. En Madrid, desde el confort de los salones y pasillos de pasos perdidos de los políticos, la película se ve de forma diferente. Los parlamentarios están calientes y se ríen de la gente. Gobierno y Oposición se echan muertes a la cara con la asquerosa intención de captar votantes. Poco les importa, más allá de este interés, la noche de la negritud o la zozobra de los tricornios.

 

Las puertas del cielo están cerradas a los infieles no blancos. Los centinelas no pueden dar más de sí. El cerco se aprieta. La trinchera es insuficiente. Guardianes de un lado y reclusos del otro piensan en sus familias. La que dejan en sus casas del estado y la que abandonan en el solar de sus países del Sahara.

 

La Guardia Civil obedece mandatos. Servir con honor es la divisa del Cuerpo. Pocos y mal pagados para sofocar el incendio obligado de muchos. Las mafias hacen su agosto en cualquier estación. Esas mafias no son únicamente las que suministran pasaportes falsos o flotadores de plástico a cambio de un dinero imposible para la mayoría. Las mafias peores son las de los políticos que no legislan o no regulan bien o dejan que las leyes se incumplen o se ciscan en los derechos humanos. Los derechos de los trabajadores de la Guardia Civil y los derechos de los pobres que aspiran a un mundo levemente mejor. 

 

Cuando la atención se focaliza en el asalto, las rapídisimas narcolanchas consuman la otra parte del delito.

 

El paraíso se escribe con letras de sangre. No sé si vale la pena.

 

Un saludo.

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