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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL DIFÍCIL ENCAJE DEL PUZZLE SOCIAL

 

 La caridad es enemiga de la justicia social. Aquella puede ser una virtud singular en tiempos de descosidos económicos y de rupturas éticas. En la excepcionalidad de su carácter no puede existir categoría de cotidiano. La persona que sobrevive gracias a la limosna o al auxilio paga un canon inadmisible, el de su propio sufrimiento como espita que mueve a la solidaridad ajena. Un colectivo basado en estos parámetros está afectado por el cáncer terminal de la pérdida de sangre de su equidad.

 

El que vive de la caridad sufre la indignidad de su desvalidez financiera y a ella une la necesidad de mendigar. Mala cosa. Dignidad reclama excelencia y decoro en el comportamiento. Si toda la conducta de las personas pierde esta cualidad por causa de la injusta distribución de la riqueza, vamos todos al garete.

 

En nuestros días, si hay una población vapuleada por la crisis, esa es la ancianidad. A su escuálida pensión, cuando existe, se agrega la angustia de la cercanía del final de sus vidas. Los políticos utilizan como coartada el ensanche del sector de los “viejos” para tomar medidas perjudiciales para ellos. Se recorta la ley de dependencia. Se cierran geriátricos. Se congelan sus ingresos mensuales. Y un largo etcétera. Y sin embargo, a ellos hay que agradecer que millones de españoles en paro no se encaramen a los leones del Congreso y hagan explotar las paredes del edificio.

 

El gran dique de la contención social es el poder de nuestros mayores. El poder de dar a los suyos. El poder de quitarse de la boca el alimento que entregan a sus hijos y nietos. El poder de compartir su casa con su familia. Un poder que descansa en la caridad es un poder injusto. Un poder que realimenta la canallada de un gobierno, del tipo que fuere, que se mira el ombligo. Un poder que concede aliento a la religión y desguarnece la ideología. Un poder que retrata la culpa pero perpetúa el mal. Un poder que fortalece la ignorancia, la humillación y otras limitaciones. Un poder que no nos libera de las cadenas universales de los súbditos.

 

Me quedo con la frase de Teresa de Calcuta: la justicia social no resuelve todos los problemas. Es cierto, pero alivia muchos de ellos. Y termino con Gandhi: cuando nos demos cuenta de que la indignidad humana se acrecienta conforme obedece leyes injustas, no habrá tiranía dominante.

 

Las piezas encajan con dificultad. Pero encajan. A poco que nos concienciemos que el amor no es un mono de feria de pusilánimes y sí un arma de construcción masiva de igualdades y de libertades.

 

Un saludo.

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