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Francisco Velasco. Abogado e historiador

IMPERIO Y, ADEMÁS, BRITÁNICO

 

Mucha Inglaterra. Con los hijos de la Gran Bretaña hay que quitarse el sombrero. Algunos la llamarán pérfida y otros la calificarán de hato de piratas. Pues muy bien. Ahí la tienen, en la cresta de la ola del poder militar, económico y cultural y, por si no tienen bastante, también social. Marcan tendencia. Por encima de los norteamericanos, sus padres originales siguen siendo referentes insustituibles para los Obama boys y para el resto del mundo.

 

El nacimiento del hijo del príncipe Guillermo ha sido todo un acontecimiento que recogen los medios de todo el mundo. Que si los duques, que si Lady Di, que si la reina, que si el lucero del alba. Lo cierto es que una noticia tan trivial se está vendiendo como una exclusiva política de transcendencia mundial. Y ahora, varios días para determinar el nombre de la criaturita.

 

Es Inglaterra. La cumbre del entendimiento histórico, a la fuerza o por virtud, de la monarquía con el parlamentarismo. Allí nació, mediado el siglo XVII, el sistema en el que el poder político reside en el Parlamento, precisamente cuando éste derrota al rey Carlos I y, al poco, Cromwell instaura la dictadura.

 

Sin embargo, esta dupla imposible en tantos países, se reviste de solemnidad en la Inglaterra del Imperio. La nostalgia de ese imperio, perdido pero no extraviado ni desorientado, se convierte en motor de atracción turística y, por tanto económica. El imperio se ejerce con la férrea mano que se cubre con sedoso guante. Nunca faltan el please ni el thanks ni el good morning ni el good bye. Los anacronismos forman parte de la idosincrasia de una ciudadanía que no hace ascos al mixticismo racial, ideológico o religioso, que excava en sus raíces étnicas al tiempo que levanta altares de prosperidad en las relaciones comerciales vengan de donde vengan, que aparece una Thatcher en el horizonte del gobierno y que trata a las Malvinas como a un Gibraltar enseñando a los españoles los errores de los argentinos.

 

Una nación tan moderna que no abdica, y enfatizo el término, de su monarquía tradicional. Un pueblo que se siente inglés pero que aparenta su britanicidad en aras de una concordia necesaria por más que epidérmica.

 

Lo dicho. En Inglaterra. En España, cosa distinta. En España, la vida es otra cosa. Nuestro imperio fenecido, una leyenda negra. Esta monarquía, una familia caduca. No defendemos nuestras tradiciones y sucumbimos, como pacatos, ante el conservadurismo de los poderosos.


De ahí que Inglaterra haya parido a los Beatles y nosotros a Ramoncín.

 

Un saludo.

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