POTENCIAS Y DERECHOS DE AUTOR
La ley concede a los autores de obras literarias, científicas, artísticas, etc., un derecho moral y patrimonial desde el momento mismo en que las crean, las publiquen o permanezcan inéditas. El Convenio de Berna otorga a los autores, allende los derechos patrimoniales, la paternidad de la obra y la facultad de oponerse a cualquier deformación, mutilación u otra modificación de la misma o a cualquier atentado que cause perjuicio a su honor o a su reputación.
Años atrás, estalló en Huelva la polémica sobre la modificación de una obra artística por el dueño de ésta. El hermano mayor de la onubense Hermandad del Descendimiento acordó, por mayoría del cabildo, la incorporación de potencias a la imagen que creó el escultor ayamontino León Ortega. Los propietarios de la obra se saltaron a pídola la voluntad del maestro y el espíritu que imprimió a sus imágenes. Querían potencias y potencias colocaron.
En la pequeña y sencilla iglesia romana de San Pedro in Vincoli, se conserva una de las mayores joyas de la escultura universal: el Moisés de Miguel Ángel. Julio II, el Papa guerrero, pudo eliminar los destellos que, a modo de cuernos, surgen de su poblada cabellera. Como la obra era suya, era muy libre de recortar la extensa barba que lucía el rostro del profeta de Israel. No lo hizo. Si la obra hubiera caído en las manazas de un cabildo como el citado, qué hubiera ocurrido con ella. No quiero ni pensarlo.
La ley de la propiedad intelectual debe perfilar al máximo este tipo de atropellos. Esté catalogada, o no, la obra. Del mismo modo que si el legislador no recogió la cadena perpetua en nuestras leyes, nadie puede inventarse lo que aquél pudo hacer y se abstuvo. Del mismo modo, las potencias que hieren la cabeza de este Cristo no son símbolo de divinidad. Son la manifestación bastarda de unos dueños catetos a los que debieran poner a recaudo antes de que, con su dinero, sigan perpetrando atropellos como el presente. No sufrió Cristo bastante con la corona de espinas que los nuevos verdugos agujerean la testa de la imagen que creó el escultor de Huelva.
Estos individuos se hacen con el Crucificado de Velázquez y superan a la restauradora del Ecce Homo de Zaragoza. Y puestos a perfilar, convierten la Pietá del Vaticano en la Pietá Palestrina. Buonarotti abandona su éxtasis espiritual y reclama el tormento terrenal. No son más ignorantes porque no se entrenan. Ni más necios porque carecen de competencia en la materia.
Menuda gente pulula por ciertos recovecos de la religiosidad hispana. Si no quieren proteger los derechos morales del artista, que su creación escape a su propiedad.
Un saludo.
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