EN CONTRA DE LA TOMA
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Las fiestas, sí. Las guerras, no. Mis vínculos con Granada son fortísimos. La ciudad es fuente de fantasías de todo tipo. El papel del reino en la historia de España se esencia en el fundamento de una cultura y de una civilización. Los Reyes Católicos son personajes imperecederos.
La historia no puede servir de coartada a enfrentamientos superados. La política debe ser crisol de encuentros. La festividad del dos de enero arrastra un componente lúdico y folklórico digno de protegerse y de conservarse. Qué duda cabe. Sin embargo, cuando se ponen en juego sentimientos y se alumbran escenarios de represión y de violencia, alguien quiere convertir la celebración en confrontación y busca alentar bajos instintos con perversas intenciones.
La toma de Granada es un hecho a recordar como símbolo de una paz maltratada durante siglos y como enseña de una reconciliación entre españoles de distintas religiones y de mentalidades divergentes. Si, en cambio, la fecha se emplea como recordatorio de victorias militares, por mal camino marchamos. No existe tradición que ampare una desdicha y que soliviante ánimos. Granada es, hoy, un ejemplo de multiculturalidad como en ocasiones lo fue ayer. Con una diferencia clave: que en nuestros días, las leyes se someten a los derechos humanos y éstos no se sacrifican al albur de esas leyes. Las conmemoraciones se basan en motivos de unión y no en razones de intolerancia. Si la cultura discurre por homenajes a la exclusión, no es tal. Contemplamos, más bien, esferas de ideologías extremas.
Me pregunto, y me respondo, acerca de la descabellada idea de algún mamoncete que trate de que las fuerzas armadas celebren el día de la victoria y desfilen por las principales arterias del país en recuerdo de aquella guerra maldita y fratricida. Nos opondríamos todos los españoles sensatos. Salvo los batidores del rencor y los amigos del odio eterno. La paz es el mayor bien que disfrutamos las personas. En defensa de este bien, soy contrario a la fiesta de la Toma, entendida como conquista militar, como manifestación festiva de violencia gratuita. Los actos pueden y deben mantenerse. Eso sí, como reconocimiento de hechos que contribuyeron decisivamente al entendimiento de los españoles.
Como dicen los ferroviarios, es la hora del “toma y deje”. Toma lo bueno y deja lo malo. Al cabo, obtengamos la recompensa.
Un saludo.
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