CACÓDROMO Y CANÓDROMO
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Todos los días camino de casa al despacho. Apenas doscientos metros por el solárium urbano que es la avenida de la escultora Withney. Un paseo por una zona de la ciudad ennegrecida por el muro de la ferroviaria vergüenza necesaria que separa a la ciudad de su área natural de ensanche.
Hay cosas que obligan a entender la espera. El murito de referencias es una de ellas. Qué le vamos a hacer. Eso sí, que la pared de ladrillo y argamasa nos corte el derecho de paso hacia el sur, no significa que la valla castrante y castrense sea excusa para todo tipo de atropellos.
De ahí el título que encabeza este breve comentario. Cacódromo y canódromo. La acera que discurre paralela a la cerca se ha convertido en un burladero de las ordenanzas municipales. Una defensa de los desmanes de algunos dueños de perros y un refugio de gente incívica que saca a pasear a sus canes amparados en la suciedad de ese parapeto. Si alguien quiere observar lo que les digo, den una vuelta por el lugar. Si son sensibles a la caca, no acudan. Puede provocar reacciones psicosomáticas de previsible diagnóstico.
El concejal encargado de la materia podría mostrar un poquito de preocupación por el cochambroso tema. No se trata de poner cámaras de vigilancia ni de aumentar el número de trabajadores del servicio de limpieza. Sólo han de preocuparse por hacer cumplir las normas de convivencia. Y que, en consecuencia, utilicen los mecanismos legales existentes al efecto. Menos multa a los conductores y más atención a la higiene.
El espectáculo es diario. Desde la óptica visual, lamentable. Los efectos olfativos, asquerosos. La imagen de la ciudad, penosa. La crítica a los responsables de la barbarie, feroz. La repulsa a las autoridades municipales, desde aquí y desde ahora mismo.
Un saludo.
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