MESA DE LA RÍA
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Volver al debate de las balsas de fosfoyeso puede resultar cansino. Sin embargo, es necesario. La sostenibilidad de una población pasa por la estabilidad de su gobierno, por la procura de la paz social, por la prosperidad de su economía y por la reconquista de una cultura ciudadana imprescindible para transitar por los anteriores pilares.
En el espacio de la cultura cívica, posicionarse frente a las tiranías es la lección primera del “catón”. La ciudad de Huelva está marcada por las adversidades sociales. Dentro de un enclave geográfico singular, distinguida por su reconocimiento geoestratégico, en medio de un clima bonancible, privilegiada por sus paisajes marítimos y serranos, hollado su suelo desde la antigüedad más remota, Huelva fue una colonia y, lo que es peor, sigue siendo una colonia. En pleno siglo XXI no ha conseguido desembarazarse de este marchamo que portan los productos de extraordinario valor que, en vez de ser explotados por sus cultivadores, son comercializados por pueblos extraños, foráneos, extranjeros o no, que buscan el beneficio fácil, pronto y elevado.
La tierra que acaso fuese Tartesos y tal vez la Atlántida se debate en el mensaje huero y hueco de los tiempos futuros, sin pensar que el presente nos presiona y nos humilla. El tiempo es un tigre que me devora y ese tigre soy yo, refería el inigualable Borges. Huelva es un tigre viejo y bueno cuyos colmillos nunca despertaron el miedo ni el respeto de otros carnívoros depredadores. Ha sobrevivido a los siglos como una pieza de museo o de circo que interesa para vender entradas a turistas amontonados. Las ganancias, para fuera.
Cómo si no se puede explicar el deterioro medioambiental que sufre esta ciudad de cabezos y estuarios. Entre las heridas dolientes, la más severa es la de las balsas de fosfoyesos. Hectáreas de inmundicias en la vecindad de la urbe. Las marismas de la milenaria Onuba convertidas en un estercolero nocivo. Nadie, salvo unos pocos rebeldes, se atreve a levantar la voz. Nadie.
La polémica interesada que han suscitado algunos colectivos empresariales y ciertos medios de comunicación comprados es tan banal como falsa. Industria, sí. Pues claro. Puestos de trabajo, sí. Sin duda. Medio ambiente limpio, por supuesto. La retirada de las balsas es una necesidad vital que, en nada, minora la creación de empleo. Muy al contrario. Esos residuos radiactivos deben hallar nuevo acomodo allí donde se regule al efecto. No son inocuos y, por tanto, no pueden estar expuestos, ni simuladamente sepultados, en las tierras por donde hoy se extienden. No.
La existencia de esta escoria ciclópea debe tener las horas contadas. El saneamiento del suelo, del agua y del aire constituye el umbral de la confianza en el progreso económico. O lo que es lo mismo: no es posible la prosperidad ni la riqueza si, con anterioridad, los ciudadanos no han asumido el rol de soberanía nacional. La virtud democrática por excelencia es el civismo que descansa en la pluralidad de pensamiento y en la unanimidad de respeto a las leyes. A partir de esta premisa mayor, el silogismo encuentra su conclusión. La conclusión no es otra que la gente de Huelva será la responsable de lo que Huelva sea. Si hemos de lucir la triste vitola del colonialismo, qué le vamos a hacer. Mas si, en cambio, pretendemos el rango de polis, no cabe más que asumir nuestra responsabilidad, matar al viejo y desdentado tigre y parir la criatura tantas centurias abortada. Parirla ya.
El presente es la reescritura de un artículo de hace tres años. Su actualidad abruma.
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