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Francisco Velasco. Abogado e historiador

WERT NO ES WERTHER

 

 

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 Ni mucho menos Goethe. Wert se luce al estilo Gallardón. Se pasea, pavón diurno, entre las izquierdas y, sin embargo, cena con las derechas. Pertenece al club de los que, no bautizados, penan su falta sacramental en las estancias difusas del limbo. Limbo ideológico porque lo que es político, se alinea en las filas de los que ponen velas a dios y al demonio.

 

El ministro Wert ama en silencio ensordecedor a la “gauche” más burguesa de España. El País le pone. No se siente correspondido. Prefiere la seguridad de Felipe y Alfredo, por más que viejos, antes que la ensoñación de un jovenzuelo cercano a movimientos más moderados. El desencanto no le llevará al suicidio pero sí a la contrición. El País no le ama pero él dará a El País cuanto sea preciso para sellar su amor imposible. El País es su Charlotte inexpugnable por más que el beso fatídico de la prensa casada propicie la muerte del protagonista. Corazón atribulado, desigual e inconstante, no es capaz de refugiarse en los puertos sentimentales de la vida apacible de la lealtad política. No es capaz. La tentación del poder se impone a los cariños confesados a medias.

 

La derecha le compra piso en zona noble. Se siente vacío en medio de la muchedumbre. No encuentra la verdadera amistad ni se refresca en el aire enrarecido de sus nuevos vecinos. Él sí sabe lo que quiere y, como los niños, se pone a dar tumbos por la tierra política de los platos de segunda mesa. Añora a Charlotte. La recuerda en cada momento. Aunque ha cambiado su libertad por unas lentejas ministeriales y ha trocado su intelectualidad divina por un terrenal pragmatismo, Wert/Werther echa de menos su cabellera marchita y se la toma a su familia de adopción. Cómo si no ha de entenderse, entre otras majaderías, que su ministerio subvencione con doce mil euros al actor Willy Toledo. Tesis de amores prohibidos como el de Goethe con su mecenas, la duquesa Amalia.

 

La contradicción de Wert se manifiesta en el testamento escrito de Goethe. Al tiempo no se puede afirmar que la fidelidad es el esfuerzo de un alma noble para igualarse a otra más grande que ella y defender que las grandes pasiones son enfermedades incurables y lo que podría curarlas, las haría verdaderamente peligrosas.

 

La tragedia de Wert se resume en las declaraciones de una frustración continuada. Y ni es Werther ni es Goethe. Peligro máximo.

 

Un saludo.

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