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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL CABRÓN

 

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El macho cabrío. En un museo de Flandes cuelga una obra de un maestro de la tierra. Se titula “San Agustín sacrificando al ídolo de los maniqueos”. Al cabrón.

 

Los maniqueos constituyen una secta religiosa que fundara allá por el siglo III un persa llamado Mani. De ahí el nombre. El líder maniqueo sólo contemplaba en su filosofía dos principios. El del bien que suministraba cualidades al alma, y el del mal que proporcionaba esencias al cuerpo. Entre el bien y el mal, la nada.

 

A tenor de la teoría, sólo el vacío separa a lo bueno de lo malo. Ningún valor se intercala en la escala cromática entre el blanco y el negro. El burgués es, en todo momento, la antítesis del proletario como el empresario del trabajador. No existen enlaces ni puentes. El todo o la nada. No se comprende que el mal es la ausencia de bien. Y viceversa.

 

Agustín de Hipona, que militó en el maniqueísmo, abandonó la secta años después para profesar el cristianismo y convertirse en una de las grandes figuras de la doctrina de Cristo. Mani, que se proclamaba mitad mesías mitad crucificado, era el gran puritano que aborrece a los hados de la sensualidad porque el cuerpo es cobijo de tentaciones y de pecados. Todo es malo. O todo lo que espíritu es, bueno es. No existe ósmosis o conjunto de intersección entre ambas bandas.

 

El maniqueísmo político bebe de estas fuentes. No es atribuible a la noble actividad política, sino a los gobernantes, electos o no, que hacen del partido el bien único, de la ideología, la bandera de su bondad, y de la derecha/izquierda, la fuente de toda generosidad/perversión. Así es y así parece, que diría Pirandello.

 

En un sistema democrático, el maniqueísmo es dictadura pura y dura. La derecha y la izquierda no son principios de bien y/o mal. Los maniqueos son quienes ocupan las cúpulas de partidos cuyos dirigentes hacen de la permanencia en el poder el bien supremo de su vida corrupta. Las ideologías existen por más que algunos pretendan enterrarlas. Gracias a ellas, la humanística imparte sus lecciones magistrales. Cuando los perversos hablan de su crepúsculo o descansan en ellas la vaciedad de su ética, entonces levantan pedestales a la bronca y a la crispación.

 

En un museo de Flandes, decía, se puede contemplar una obra de un pintor de los primitivos flamencos. El ídolo tomaba la forma de un macho cabrío, de un cabrón. En ausencia del tauro cretense o del toro mediterráneo, el macho cabrío simbolizaba la fertilidad. Lo que pasa es que se atribuye a ciertas mozas el mismo acto con el cabrón que Pasifae con su toro. La iconografía religiosa cristiana transformó su imagen natural en un ser maligno.

 

El cabrón icónico de las derechas/izquierdas viciadas es trasladar al pueblo que el bien único, el pensamiento único y el líder único residen en el flanco diestro/siniestro. Fuera de allí, el limbo o, peor, la non natura. Son los machos cabríos de una política desvergonzada y belicista donde todo vale con tal de fecundar vírgenes y extender el mensaje miserable del yo o el caos.

 

Maniqueos y cabrones. Dejad vivir a los ciudadanos.

 

Un saludo.

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