PERIPLO
Los antiguos llamaban circumnavegación al periplo. Viaje de regreso al punto de partida. La vida es un ciclo, eso dicen, pero yo lo veo con ojos distintos. Con los ojos del dialecta y el cerebro del campesino apegado al terruño. Y no, la vida es un periplo imaginario que comienza en un limbo cognoscitivo y toca a su fin en el purgatorio del espíritu. Nunca supimos de donde vinimos ni sabremos a donde nos conduce la parca.
Hoy me he enterado que ha muerto un amigo de juventud. Pepe. Cuántos otros amigos así nombrados viven felizmente. Pero me resisto a apellidarlo. Hace un mes, la última vez que lo encontré casualmente en la calle tres de agosto. Me extendió la mano como solía y, a mi estilo acostumbrado, le di el abrazo de siempre. Me recordó una promesa no cumplida. Sonreí porque tenía toda la razón. No estaba en mi mano llevar a término el compromiso. Se trataba de un almuerzo con él y otros dos amigos tocayos suyos. Tres Pepes y un Paco. No hubo manera. Parece que me estaba dictando un testamento que ya tiene un legado imposible.
Me he negado a ir al tanatorio. Menos, después de comer. Repetía con frecuencia una frase que, ahora, se me antoja lapidaria: “ésta es la hora buena de los hombres malos”. No sabía que la sobremesa sería algún día la hora mala de los hombres buenos. Como él. Mago de la ilusión, formaba parte del artisteo jamás reconocido. Sin embargo, ha sido el único personaje capaz de convencerme, sin posibilidad de engaño, de que alguien podía darse un bocado en su propia oreja. Genial y simpático este prestidigitador de la sonrisa perenne.
Pepe es el tercero de una saga de gente buena procedente de un lugar irrepetible de Huelva. Nombre de pintor de altura y de raza minera de Huelva. Universidad única de mi vida. Hablaré con los comensales que no pudimos reunirnos con él. Por si acaso, desde donde esté mirando en su periplo por el cielo, nos traslada algún mensaje que, a nuestra edad y desde nuestra ceguera, seamos incapaces de comprender.
Pepe. Un abrazo. Y como siempre,
Un saludo.
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