TOCAPELOTAS, ROMPENARICES
El término no se remonta a Carlos el Calvo, Charles le Chauve, en el siglo noveno después de Cristo, como algunos pretenden. Es anterior, muy anterior. Incluso antes de Obelix, ya les digo. El “chovinismo” es al francés como el quijotismo al español. Con la diferencia virtuosa de la humildad y de la generosidad hispanas frente a la “grandeur” y a la soberbia de los galos. Dónde va a a parar.
Sin embargo, el chovinismo como ejemplo de mitomanía y de paranoia mental se atribuye a un señor, Chauvin, mitad real mitad ficción, que fue instituido como modelo de patriotismo insuperable. El tiempo histórico, el del imperio napoléonico. Podía ser otro, pero la Francia del corso constituía el marco idóneo para glorificar al imperio y para mitigar Waterloo. Oh, la, la. Garibaldi fue un aventurero sin "charme" al lado del héroe Chauvin. A modo de ejemplo, porque el estado mental no es singular, los atenienses sostenían que su luna era más brillante y, por tanto, distinta, de la que alumbraba las noches de los habitantes de Éfeso. Erich Fromm concluía al respecto que el hombre ordinario con poder extraordinario es el principal peligro para la humanidad. Peor que el malvado o el sádico. Y ello porque combina el amor a la muerte con la simbiosis incestuosa y con el narcisismo maligno. A partir de ahí, aflora el síndrome de la decadencia y el hombre destruye por el gusto de destruir y odia por el gusto de odiar.
Durante la Guerra de la Independencia, los franceses nos legaron buenos ejemplos del amor por la libertad y amargos cálices de la pasión por matar. De todo hubo. En cualquier caso, prevaleció el título honorífico del rompenarices y tocapelotas. Lo que no podían llevarse a Francia, lo dejaban. Pero mutilado. No es del todo cierto pero algo de verdad sí lo es. Que pregunten, si no, en Egipto. O escuchen al guía sobre el Doncel de Sigüenza.
Las iras de los franceses se centran ahora en el vecino del sur. Que los españoles ganen el Tour de France es una afrenta que no pueden soportar. Los pobres de abajo vencen a los ricos de arriba. Cést pas possible. Contador, al paredón. Hasta las meninges de droga, acusan los gabachos. Anquetil o Hinault, no. Los grandes atletas del Mont Ventoux han de nacer entre los Pirineos y los Alpes. Algo de cancha se concede a los belgas, los francófonos, claro, y los holandeses, siempre y cuando no se les note el acento germano. Del mismo modo, en fútbol, que donde esté Zidane que se quite Iniesta y que si nació en Argelia, se trató de un accidente geográfico. Y en tenis, René Lacoste y Yannick Noah, muy por encima de Santana, Orantes o Nadal. Rafa está fichado. La musculatura del mallorquín es inexplicable si no se acude a la ingesta continuada de clembuterol o a las transfusiones de sangre de Sansón o a las pócimas mágicas de los druidas. Se ponga como se ponga, las victorias del campeón español se deben a su gusto por el dopaje. En cuanto a Gasol, su estatura es fruto de injertos transgénicos y su talla baloncestística se labra en clinics del doctor Frankestein. Criaturitas.
Es que son. Los españoles somos gente humilde y los conciudadanos de Voltaire o Rousseau no pueden tolerar que los colonizados humillen en los campos deportivos a los ases del firmamento. Hay franceses que, a fuerza de soles, se creen reyes y que a base de reyes se consideren galaxias. Problema de personalidad. Deben hacérselo mirar. No obstante, los agraviados, de un lado, y los responsables del deporte español, por otro, han de indicarles el camino del psiquiatra o, en su defecto, de los juzgados. Si quieren romper narices, adelante con las suyas. La Gioconda, que no la toquen, que es de Leonardo. A poco que se hayan enterado de la réplica del Museo del Prado, enviarán una delegación de ilustres a anatematizar la obra como una mala, y falsa, copia de un aprendiz de tercera división del maestro de la toscana Vinci.
Y para tocar pelotas, las ovoides. Con un par. Y para bromitas, las de Cádiz. Con las bombas que tiran los fanfarrones...
Un saludo.
0 comentarios