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Francisco Velasco. Abogado e historiador

QUIEN CONTAMINA...

 

 Paga. Así lo dice la Directiva 35/2004 del Parlamento Europeo y del Consejo en relación a la responsabilidad medioambiental. En caso de previsible y/o inminente daño, la autoridad competente de cada Estado miembro obligará al operador a adoptar las medidas preventivas necesarias, o las tomará ella misma y recuperará más adelante los gastos derivados de tales medidas. De sentido común, pero no había que esperar a la legislación comunitaria para actuar en este sentido. En 1998, “reinando” Chaves, no existía la referenciada Directiva pero sí sobrevolaba, amenazante, el problema de la rotura de la balsa de Bolidén. ¿Y quién no estuvo diligente para prevenir? La Junta de Andalucía. ¿Y quién se tocaba las narices en esa Junta? Don Manuel, que ya estaba diseñando el camino para sus hijos.

 

Es verdad que la contaminadora fue Bolidén. Como cierto es que la indiligencia corrió a cargo de la Administración chavista que debió supervisar de cerca las actuaciones de la multinacional. Verdad es que quien debe pagar es la empresa sueca. Como cierto es que Chaves demostró ser un incompetente al reclamar el débito ante instituciones no válidas para ello. Verdad es que el desastre asoló la zona. Como cierto es que la broma nos costó a los andaluces miles de millones de pesetas. Trece años han transcurrido desde la catástrofe. Trece. Trece años de pérdidas económicas y de desprestigios sonados. Trece años durante los cuales no ha pagado el contaminador, sino el pueblo.

 

En este orden de cosas, la Consejería de Ambientazo de la Juntita andaluza se muestra satisfecha. Coloca unas gotas de sudor en la frente del inepto de turno, le enseñan a jadear ante las cámaras para que recojan el cansancio fingido del guerrero y, con cara contrita e incluso llorosa, se ofrece mártir a la ciudadanía. Doña Cinta Castillo ya lo hizo rematadamente mal en su desnorte orientativo. De Huelva tenía que ser para permanecer como una esfinge cuando el huracán de la contaminación levantaba fosfoyesos y cenizas. A falta de pan, vinieron las tortas.

 

Otro militante -he ahí el requisito sine qua non para encaramarse a puestos de tan elevada responsabilidad por más que sus titulares carezcan de los mínimos fundamentos para acceder a ellos- se subió al nido de los “sí bwana”. Don José Juan Díaz Trillo se coronó emperador de las balsas y señor de los residuos. Con el mismo éxito de sus predecesores. O sea, más polución, más peligros para la salud y más hartazgo de tipos tan políticamente despreciables.

 

A Trillo le importan un bledo los avisos de Ecologistas en Acción acerca de una posible repetición de lo de Aznalcóllar. A él le pagan para decir que no y para desmentir a quien acuse de descontrol institucional. Él soporta el descrédito con tal de subirse al carro de la ignominia y de mantener el status y la riqueza inherente al mismo. Le basta con lanzar mensajes mentirosos de tranquilidad imposible.

 

Marzo está muy cerca. Los sillones poltroneros de los potreros consejeros comienzan a moverse de manera indisimulada. El cambio de signo político planea sobre sus cabezas. El Psoe carece de puestos para colocar a tanto amante del dolce far niente. Mira que si Trillo vuelve a la dura cadena de la pizarra y al áspero contacto de las aulas, él que lleva décadas calentando sus finas posaderas en nobles asientos de regios tronos.

 

Lo que sí está claro es que él no va a pagar. Para eso ya estamos los curritos. Sus poemas venideros llamarán a la luz, al aire, a la madre tierra, al agua generosa. Y pintará todo de rosa. De rosa espinosa. No pague, Trillo, no pague, pero aléjese. Verlo me hace vomitar. Me recuerda lo que debió hacer por su ciudad y no hizo. Aléjese. Aunque no pague. Y no cobre. No cobre.

 

Un saludo.

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