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Francisco Velasco. Abogado e historiador

FERIANTE

De feria en feria y de mano en mano. Así anda el candidato Rubalcaba por los caminos de la España preelectoral. El hombre mira al cielo y no pronostica el chaparrón que habrá de soportar. Mercadea votos con dinero del pueblo y celebra fiestas aprovechando el negociete. Ha instalado un gigantesco carrusel en el que montan los amigachos, ha levantado una gran carpa de circo mediático subvencionado y ha suprimido las casetas del tiro al Blanco. Los puestos de dulces y chucherías han sido restringidos porque engordan.

 

Ayer tocaba La Rioja. Se personó, séquito incluido, en Logroño. En la capital del vino, vendió su candidatura a las mujeres rurales por un puñado de votos. Fiesta pagada a escote por los contribuyentes. Invitaba Medio Ambiente pero se rascaban sus bolsillos los ciudadanos. No tienen cara. Así nos van las cosas. El pillín nos ha salido un mucho golferas. Se cuela en las bodas y bautizos a cuenta del tumulto y, encima, se presenta como padre de la novia y padrino del sacramentado. Joya de político. Menos escrúpulos que el Herodes bíblico.

 

William M. Thackeray escribió su famosa “Feria de las vanidades”, una obra realista alejada del sentimentalismo de Dickens. En ella, el escritor nos ofrece una descripción admirable de la debilidad humana, de cómo los seres humanos se arrojan por la pendiente irrefrenable de la degeneración hasta caer, de forma inexorable, en el abismo de la indolencia sin solución. La inteligencia y la ambición entran en liza contra la dulzura y la ingenuidad, transportándonos a la eterna lucha de contrarios que, según la filosofía epicúrea, hace mover al mundo. A este respecto, recreo una alusión de Somerset Maugham: “prefiero ser un monstruo de perversidad que un monstruo de estupidez. El feriante Rubalcaba tiene bien aprendido el discurso. Las intenciones las poseía de mucho antes. Frente a la inocencia del pueblo llano, él atraviesa, sí, atraviesa, la crueldad del tahúr más descarnado. Su feria no trasciende las fronteras de la diversión. Se encierra entre los muros del fraude.

 

De la feria de las mujeres de Logroño a la feria del pulpo en Lugo. En el Real de la feria y en la feria internacional del libro. Feriante es el que vive de las ferias. Feriado el que disfruta de ellas. Feriante y feriado candidato. No en vano, los cubanos conjugan el verbo feriar para designar la acción de quienes dilapidan los bienes, especialmente el dinero. El problema es que Rubalcaba derrocha el patrimonio del pueblo y guarda celosamente, bajo mil candados, el propio peculio.

 

El envanecimiento de la feria se forja en la arrogancia del mercader. Conoce el comerciante que las cosas de este mundo fenecen al ritmo trepidante en que el mercadillo caduca su estancia acá y acullá. Cuestión de días. Al cabo, se cambia de paraje y nuevo público para las mismas ventas. La feria es una representación vana, una fantasía, una ilusión. Engreído y soberbio, don Alfreddo nos ofrece idéntico drama, a la misma hora, con idénticos personajes, en el teatro único de esta aldea global. Todos conocen el desenlace. Resta por adivinar el número de incautos que sucumbirán a la florida mentira del asustaviejas y del espantaniños. En ese terreno, advienen las encuestas. Pero esa es otra feria. Como distinta es la feria que se erige dos horas después del escrutinio.

 

La gran feria es la declaración oficial de los resultados. En ella, los más abatidos argumentarán los éxitos de su fracaso estrepitoso. Reirán de amargura y celebrarán el dulce sabor de su derrota. Ahí estamos.

 

Un saludo.

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