LA ROSA OSCURA
En la Vizcaya de los años cincuenta, los niños de los obreros nacían con el puño cerrado. Algunos traían su pan bajo el brazo. Otros cargaban más si cabe la endeble economía familiar. Durísimos años aquellos que a mí me tocó vivir en mi Huelva natal. Los niños de la calle Alfonso XIII crecimos entre calores. El calor de las mantas que aliviaran la gelidez de las crudas noches del invierno franquista. El calor del sol de la esquina con La Vega para compensar la humedad que nos invadía desde la marisma del Odiel. El calor de la “copa” hecha con carbón y cisco que colocábamos bajo la mesa de camilla. El calor de la cocina de leña que aireábamos con el abano. Miseria en Vascongadas. Carencia plena en Andalucía. Toda España sobrevivía en su lucha contra el hambre y la escasez de todo.
Rosa Díez vivió en el norte. No tengo dudas de por qué mamó socialismo desde la cuna. Era la religión política que practicaban los trabajadores fabriles de la región. En Huelva, la ausencia de industria nos hizo a todos herederos del paro o legatarios del pluriempleo cruel. El sufrimiento nos acosaba a todos. Sin embargo, los onubenses recordamos aquella vida extrema con los ojos del hermoso recuerdo y con el corazón apenas herido. No hacemos apología de nuestra resistencia al dictador. Malvivíamos, sí, pero soportábamos los embates de la penuria con el ánimo de la solidaridad vecinal. Sesenta años más tarde, Rosa echa la vista atrás y nos traslada su heroísmo. Nosotros acudimos a nuestra memoria para describir aquella historia.
Rosa Díez creció en el socialismo y en la dictadura. Participó en el gobierno democrático del lehendakari Ardanza. Hasta 1998 se mantuvo como consejera de Ejecutivos peneuvistas. Hasta que abandonó el partido que tanto quiso. De pronto, el PSOE dejó de ser. Estuvo. Rosa permaneció y se quedó en la representación del pueblo. Su antigua filia nacionalista se convirtió, por ensalmo, en fobia. Sus críticas al diálogo con el terrorismo etarra aumentaron el número de sus enemigos. La malquerida del PSOE llegó a ser nombrada. Curioso slalom el de Rosa. UpyD la aupó al cénit de su popularidad. Muchos creímos en su intención regeneracionista y en su voluntad plural. Nos engañó a todos. Rosa sigue siendo tan socialista como en las décadas de su idilio con el separatismo moderado vasco. Triste corolario. Confunde los términos. No hay separatismo liviano. Hay separatismo. Del mismo modo que las mujeres están embarazadas con dos o con ocho meses.
Rosa Díez lidera la franquicia españolista del psoecialismo. Nadie crea cosa distinta. La leche que mamó en su niñez y derramó en su madurez forma parte indisoluble de su organismo político. Rosa no es “upeydista”. Es Psoecialista. Hacerse ilusiones con ella conduce a conclusiones erróneas. La idea de secta preñó sus entendederas. La disciplina del grupo fustigó sus neuronas. La dulzura de su discurso eleva la contundencia de su mensaje en apariencia plural. No se dejen atrapar en las redes de su demagogia. Dice lo que a muchos interesa escuchar. Sin embargo, conserva el látigo del poder. Maneja a su novísima formación como un traje sastre hecho a su medida. Uno no puede olvidar a UpyD de Huelva. Los grandes artífices de su implantación en Huelva fueron defenestrados sin contemplaciones. Dos demócratas de postín y dos políticos de raza mascaron el polvo de la soberbia de la vizcaína. Lo que pudo ser una eclosión admirable de libertades, devino una catástrofe que dañó los ideales de la transparencia.
Los paganos de la altivez de Rosa Díez fueron Fernando Infante y Ramón López. Los dos políticos locales, grandes profesionales de la abogacía, sufrieron en sus carnes el envanecimiento incontestable de la antigua amiga de Felipe y de Rubalcaba. Ellos saben que las rosas muestran una multitud de colores. La rareza del negro no es óbice para su existencia. La señora Díez acaso no sea una rosa negra. Oscura sí que lo es. Mucho. Muy oscura esta rosa.
Un saludo.
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