CAMPAÑA ELECTORAL
Doña Petronila Guerrero. Más de la mitad de su vida, asomada a la balaustrada política de su torreón medieval. Madrastra de Blancanieves en el reino del paro. Su papel oscila entre la penumbra de Boris Karloff y la oscuridad de Bela Lugosi. A los suyos, árnica. A los ajenos, ricino. Su medicina es el palo de tentetieso. Una dontancreda que se mueve allá donde el fragor del billete golpee su cuerpo inerme.
Presidenta de la Diputación de Huelva, ha hecho buenos a todos sus predecesores. Su hazaña más sonada, el alquiler del palacete de la plaza de las Monjas. Modelo de administración gadafista y de gestión a la siria. Tres mil euros, al día, nos cuesta el arrendamiento del lujoso edificio. La seño quiere presumir con los impuestos que sangran a la ciudadanía. Montada en el brioso alazán de su partido sectario, se pasea, muy digna, entre el Populus Onubae al que desprecia.
Habitante de Aljaraque la Bella, se entromete en la feria electorera de la vieja Aestuaria. Duerme entre bosques y marismas y pide el voto a los sufrientes de las balsas de fosfoyeso. A descansar, a casa. A pedir, a Huelva.
Apuesta por sacar a la capital del Hades del desempleo. Durante años ha negado el problema. Hoy se compromete a solucionarlo. No sabe hacer un crucigrama y pretende resolver un sudoku. Prolonga su voz a través de unos medios comprados y, en su mala virtud, arrojados a sus pies. Hay una loseta suelta en la acera de Miss Withney y una bombilla fundida en farola de calle Berdigón. Parque Moret tiene hierbas verdes y árboles de madera. Qué horror. La culpa, del alcalde. Cuando ella acceda a la presidencia del consistorio, la hierba se pintará en colores de la Sexta y el arbolado se blanqueará en verano y se tintará en primavera. Los parados acudirán a la naturaleza y de ésta harán el más hermoso cuadro que Monet alguno creara. Impresionismo, el de Petronila y no el de los adelantados de fines del siglo diecinueve.
El pesebre mediático expandirá el mensaje y Barrero, previo silencio de los despedidos de Astilleros, loará las gracias magníficas de su compañera. El deslenguado Mario exhibirá dientes, sobre todo caninos e incisivos. El trio Maravillas, illa, illa, illa, no se va a Sevilla. Ya lo decía Von Bismarck, Otto, “nunca se miente tanto como antes de las elecciones”. Tanto. El destino de la señora Guerrero es mentir. Eso sí, sin descomponer la figura. Bebió las aguas del embuste de Chaves y se bañó en el océano de deslealtad de Zapatero. Inmejorable escuela del ardid y de la treta. Lo que pasa es que, como advertía Sócrates, la mentira muere antes de llegar a vieja.
Los onubenses de nacimiento y de residencia ya conocemos el percal del capote petronilero. Nos la ha dado muchas veces. Las fauces del lobo acabarán por devorarla. El canis lupus está presto para darle un zarpazo el próximo veintidós de mayo. Nadie cree ya su discurso huero escrito por otros. Los otros dejarán de escribir si la mecenas del horror recibe el vapuleo que el sufragio libre preconiza. Entonces, veremos el alcance de las adhesiones inquebrantables. Suena a franquismo añejo, a rancia falange, a dictadura stalinista. Suena. Pero asusta el estrépito del concierto. Los intérpretes dan miedo.
La campaña electoral se escribe con nombre de corrupción: palacete de Petronila. Petronila Guerrero y Griñán. EREs intrusos. Intrusa ella, intruso él.
Un saludo.
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