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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL DESENCUENTRO

 

 Son las diez de la mañana de miércoles santo. Veinte de abril de dos mil once. La vida española se polariza por días. Bipolaridad sin solución de continuidad. Bipolaridad en la que el precipicio rechaza puentes. O euforia o depresión. En medio, el abismo. Los españolitos somos muy dados a la porra del tentetieso.

 

El frenesí político conquista tierras de nadie. No existe esa terra nullius. Todas tienen su dueño. Todos albergamos nuestro corazoncito. Este articulista analiza el partido de fútbol de esta noche. Dos equipos dirimirán viejas competencias en un recinto deportivo. Millones de aficionados y de curiosos contemplarán las heridas de los modernos gladiadores. Al final, sólo uno levantará la copa del meao al grito del hemos ganao. Los perdedores beberán la orina de la derrota. El encuentro se rige por las normas de la rencilla. El conflicto exige presencia de vanguardia.

 

El acontecimiento apasiona. La lucha siempre crea expectación. Servidor tiene interés por el resultado. El muy rico contra el millonario. El mercedes contra el audi. Los pobres ahogamos nuestras desdichas en el cáliz de la ventura ajena. Mientras, el regulador impone megafonía que ensordezca gritos indeseados. En tanto, la prensa rosa del verde césped encrespa las voluntades. De soslayo y de frente, el independentismo hace causa común. Los republicanos abuchean al monarca constitucional. La Carta Magna sufre la violación pública de su correspondencia. Las banderas españolas estarán presentes desafiando a la luna en su perigeo y retando al sol multifocal de la noche. Españolas todas las enseñas. De Madrid. De Cataluña. ¿Y las del Estado? Sí, las de España. En un bando. La unión drapeada no será posible. Los catalanistas reclamarán su pedazo de tela coloreada y los anticatalanistas esgrimirán la bicolor en oposición a la anterior. Como si la rojigualda fuera de unos y no de todos.

 

El rojerío abroncará la entrada de los reyes de España en el palco de honor. La riqueza cultural de España se hace trizas en la barbarie de la pobreza de los sentimientos más cavernarios. Mi tribu contra la tuya. Mi banda contra tu mafia. Mi escudo contra tu pendón. El estandarte regional por encima del símbolo de la nación. Todo vale en España.

 

En Portugal, deben mamar leche de otra farmacéutica o de teta distinta. O en Inglaterra. O en Camerún. En esos países, la bandera de la nación es el orgullo de todos. En España, blasón de unos y baldón de otros. Somos diferentes.

 

En tanto esto ocurre, las televisiones mutilarán imágenes desconsoladoras, censurarán expresiones que perturben, maquillarán gritos políticamente incorrectos. Los dirigentes de este país querrán, así, simular, como en el franquismo, que lo oficial es lo que se deja ver y se permite escuchar. Los televidentes nos regocijaremos con el estruendoso clamor del himno nacional. Los pitos y las broncas nunca se produjeron. Cosa de la canalla derechista.

 

Al final, unos saborearán el triunfo dulce y otros tragarán la quina úrica. Unos y otros conmemorarán la dimensión del desencuentro. Al final, todo se reduce a computar el número de víctimas. Las victorias pírricas, ya se sabe. Ganancia de buitres.

 

Un saludo.

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