LA DESGRACIA CANALLA
Hay gente a la que la suerte le es adversa. Son desgraciados. Igual de desgraciados que las personas despreciables de mal proceder. Si además son personas ruines, nos damos de bruces con el título del presente artículo. Desgraciados canallas.
La barbaridad perpetrada en la capilla de la universidad complutense no cabe sino en este tipo de personas. No me creo que sean de izquierda extrema. Extremistas, sí. De izquierda, no. En todo caso, golfos que enlodan la ideología de izquierdas. Golfos que se esconden entre la chusma y morralla que germina en la miseria y en la vileza. El rector, Berzosa, desaparecido. Los sacrílegos, presuntos delincuentes, han infringido el código penal. Al problema social, al conflicto nacionalista, a la crisis económica, se viene a unir –no había bastante y parió la abuela- el problema religioso.
Tan antigua como el mundo, la desavenencia religiosa ha sido atizada por determinados grupúsculos a fin de alentar otro tipo de enfrentamientos. La libertad religiosa es un derecho fundamental. El ultraje a la religión no es un derecho ni una libertad. Es la coronación de un estado de necesidad de hacer daño. Presupone la activación de elementos corruptos para provocar alarma social. Se constituye como principio de acción que persigue actos reactivos de grupitos opuestos. Esgrimir argumentos como la homofobia clerical, el antifeminismo militante de la jerarquía eclesiástica, la defensa a ultranza de la laicidad, entre otros despropósitos de esta laya, contribuye a engrosar el nivel del insulto y la dimensión de la ofensa.
Se puede ser creyente. O no. Sin embargo, religiosos somos todos. A nuestra forma. La religiosidad es la proyección del super yo que todos poseemos. La necesidad de creer en alguien capaz de realizar algo que dé sentido a sus vidas, o que le permita albergar esperanzas de futuro. La religiosidad es inmarcesible. Está, pero sus límites se pierden en el confín de los pensamientos del ser humano. Los miserables que han convertido en lupanar el lugar sacrosanto de miles de personas, encuentran en su pecado la penitencia. Son matones de barrios bajos que chulean a los débiles y se sitúan al nivel de los viciados mamporreros del caballo blanco.
Quitar hierro al asunto es la consigna de los cobardes y de los degenerados. Se atreven con el templo cristiano pero ya se librarían de conducirse igual en una mezquita. Se aprovechan de la indulgencia cristiana pero se rinden al empujón islamista. Tienen la rebaba de las hienas y de la misma carroña de los buitres se alimentan. La violencia es el instrumento cuando superan en número al adversario. Se dicen anarquistas y obedecen a ciegas la orden del jefe de la jauría. Obreros se denominan y, aparte de molicie, sólo aportan lastre a la vida y a la economía de quienes los parieron. Son bazofia, comistrajo, heces, desperdicios.
Empiezan profanando templos. Seguirán asaltando a clérigos. Terminarán incendiando el mundo. La desgracia se vuelve a cebar. La canalla pace a sus anchas. Si no se dimensiona, el suceso se reproducirá. O se reencauzan las aguas, o su caudal terminará por engullirnos. La desgracia canalla debe acabar. Ya. Conforme a ley.
Un saludo.
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