COSAS DE CASA
La gripe. La maldita gripe. Nos pilla y nos deja baldados. Esta semana me tocó el turno. Desde el lunes, presentía los síntomas del flagelo. El miércoles soporté el chaparrón de los dolores pero la fiebre me venció a partir de la sobremesa. La voz era un lamento de ultratumba y la arquitectura ósea, un edificio vencido.
Aparté mi trabajo y me refugié entre las mantas. El virus es implacable. Como el propio destino, que nos zarandea a placer. Porque uno conoce sus pequeñeces, prefiero prevenir qure curar. Llevo adelantados mis deberes en dos o tres días. De esta forma, dispongo de ese espacio de tiempo para no caminar a expensas. Mis asuntos profesionales, al día, no se resienten. Mis tareas vocacionales, como este blog, se rellenan en la acción. Mi mujer se encargó, como casi siempre, de colgar en Blogia y en Facebook el artículo de la jornada. Ella misma notificó a Paco Morán mi precario estado físico para explicar y justificar mi ausencia de su programa de televisión.
Cosas de casa. Diversas llamadas telefónicas, sobre todo de familiares y amigos, se sucedieron. Que por qué no había ido a Debates en Antena. Qué estaba ocurriendo. Las explicaciones son sencillas cuando la verdad reina. Todos entienden la evidencia. Quienes nunca admiten la certeza de una conducta son los sujetos de comportamientos dudosos. Algunas de las personas que telefonearon a mi casa, manifestaron a mi esposa su temor a que mi desaparición del programa de los jueves tuviera que ver con presiones políticas externas para quitar de enmedio a este crítico articulista. El pensamiento es libre. La expresión, también. El botón del pánico se pulsa en momentos distintos. No existe una ley matemática que nos envuelva a todos los humanos en el celofán de la reacción aritmética.
No obstante lo cual, conviene que aclare a los lectores dos cosas. Una, propia. Otra, ajena. Comienzo por la personal porque aunque los modelos no son extrapolables, sí diseñan el inicio del trazado que se ha de recorrer. Mi familia lo sabe y también mis amigos. La presente temporada es la cuarta que acudo al programa del señor Morán. Paco me invita y yo acepto la oferta. En tan largo período de tiempo, creo que es la tercera vez que he dejado de sentarme en la tertulia nocturna. Tres veces bien justificadas en tan dilatado curso televisivo. Soy lo bastante serio como para llamar al pan, pan y al vino, vino. Mis intervenciones en el programa del señor Morán son absolutamente gratuitas. Nunca cobré por ellas. Dedicar un par de horas semanales a defender la democracia, no me parece un compromiso desmedido. En consecuencia, pienso lo que digo y digo lo que pienso.
En cuanto a la manifestación de ajenidad, me refiero a la empresa que patronea Canal Luz. Jamás, bajo ningún concepto, nadie se ha inmiscuido en mi discurso público. Nadie. A la defensa de la libertad, a la lucha contra la corrupción, el señor Morán añade una cualidad poco común: su exquisito respeto por las opiniones de los demás. Se coincida, o no, con sus posiciones políticas, jamás espectador alguno podrá reprochar al conocido presentador su calidad de anfitrión esmerado del espectáculo que, al cabo, es un debate político.
Cosas de casa. Lo que no se conoce, existe. Lo que se ignora, tiene vida en otros planetas del conocimiento. El respeto es el nexo que une a personas de distintas edades, profesiones e intereses. Servidor tiene tanto afecto a la democracia, que no puede sino cooperar con aquellas personas que contribuyen a enaltecer la importancia del pueblo llano. El pueblo en concreto. El pueblo. De casa.
El Duque de Rivas escribió, allá por 1835, una obra cumbre del romanticismo: don Álvaro o la fuerza del sino. El Romanticismo fue la revolución entre dieciochesca y decimonónica que acuñó dos principios que hoy son esenciales: la libertad y la democracia. Esenciales para algunos.
Un salu do.
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