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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LOCO

 

Lo dice Leguina. Sobre Zapatero. Que no es de ahora. Viene de antes. Lo dice Leguina. O dicen que le dijo: "Los presidentes españoles se vuelven todos locos. Por ejemplo, el nuestro enloqueció durante su segunda legislatura, pero es que el vuestro ya venía loco".

 

No precisa Leguina. Si con lo de loco se refiere al molusco, al que ha perdido la razón, al que por lo disparatado, ha perdido la prudencia y el juicio, al que se conduce de manera descontrolada, al que actúa de forma inútil, al homosexual, a la mujer informal y ligera en sus relaciones con hombres, a la voz argentina que designa a la prostituta o a quien comenta algo con excesiva insistencia. O acaso pretende englobar todas estas acepciones en una misma persona. Cualquiera sabe. Pero decirlo, recogido está.

 

Leguina dejó de matizar si quería decir que se haya privado del uso de razón, o si es protagonista de un cúmulo de acciones desacertadas, o autor de dichos y hechos tan anómalos que causan sorpresa, o sujeto de ánimo exaltado susceptible de atribuirse a falta de afecto, ausencia de raciocinio, carencia de madurez o desmedida ambición de poder.

 

Locura de amor. No es Juana la Loca. Ni el Gran Inquisidor que, en defensa de la ortodoxia del cristianismo, encarceló a mismísimo Jesús. Ni el exterminador que arrebata vidas de feto. O el gran animador de la eutanasia porque la vida feliz no le acompaña. Ni un brujo, ni un poseído ni un endemoniado.

 

Jean Dominique Esquirol entendía que la perturbación mental capaz de llevar al suicidio podía ser consecuencia de prácticas onanistas. El psiquiatra equiparaba la locura con la enajenación mental y la definía como una afección cerebral que se caracterizaba por trastornos de sensibilidad, de entendimiento, de inteligencia y de voluntad.

 

Locura de poder. Vivian Green escribió “La locura en el poder”. El poder enloquece. Los gobernantes suelen estar, o terminar, presos de determinadas psicopatologías. El virus es tan agresivo que hace del cuerdo, raro y del raro, desquiciado. Eso es lo malo. Lo bueno es que tiene término. En democracia, tiene fecha de caducidad. El problema persiste si el demócrata de ficción engaña a todos hasta el punto de destapar al demócrata de verdad. Los ciudadanos pueden a sumirse de tal forma en el embuste, que entregan su voto al loco que nunca fue cuerdo aunque aparentara la sensatez que jamás se desveló. El protagonismo impele a la ansiedad y la ansiedad a la desmemoria.

 

Erasmo de Rotterdam, el gran humanista, nos legó una de las obras maestras de la literatura de todos los tiempos. La tituló Elogio de la locura. En su capítulo IX, escribe: “Ésta que veis con las cejas arrogantemente erguidas es el Amor Propio. Allí esta la Adulación, con ojos risueños y manos aplaudidoras. Ésta que veis en duermevela y que parece soñolienta, es el Olvido, Ésta, apoyada en los codos y cruzada de manos, se llama Pereza. Ésta, coronada de rosas y ungida de perfumes de pies a cabeza, es la Voluptuosidad. Ésta de ojos torpes y extraviados de un lado para otro, es la Demencia. Ésta otra de nítido cutis y cuerpo bellamente modelado, es la Molicie. Veis también dos dioses, mezclados con esas doncellas, de los cuales a uno llaman Como y al otro «Sublime modorra». Con los fieles auxilios de esta familia, todas las cosas permanecen bajo mi potestad y ejerzo autoridad incluso sobre las autoridades”.

 

Locura. Elogio. Lamento. Insulto. Desprecio. Locura. Leguina dice que le dijeron. Loco. Precise, señor. Sí. Es necesario. La virulencia del término no se envuelve en la personalidad del individuo. El individuo es el virulento. Ponzoñoso. Maligno. Con pus. Sañudo. Qué. Leguina. ZP.

 

Un saludo.

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