Blogia
Francisco Velasco. Abogado e historiador

MOVIMIENTO NACIONAL


En 1958, Franco promulgó, con la aclamación de aquel sucedáneo de Cortes, la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento. Los niños de aquella época pasamos hambre y frio. O lo que es lo mismo, nos daba igual lo de principio, lo de movimiento y lo de Cortes. Igual. El hambre se combatía con un gran bollo de pan y, de haber suerte, un trocito de chocolate. La leche, si acaso en polvo. ¿Y el frío? Al sol, cuando nos visitaba, o corriendo por las calles y triscando por los "cabezos" de nuestra Huelva natal. ¿Y cuando llovía? A refugiarse tocaba. Bajo la mesa de camilla calentada por la "copa" de carbón y cisco que comprábamos en la carbonería del barrio de la Vega.

 Así crecimos los cuatro hermanos, como se desarrollaron todos los gamines de aquella generación de carencias materiales. La política no existía para la sociedad que no pasaba hambre pero sí sufría los embates de la miseria. Franco se vendía como el salvador de España y la Iglesia se mostraba como la representación de Dios en la tierra. En Navidad, sentamos alguna vez a un pobre en nuestra mesa o nos privábamos de algunos mantecados para entregarlos en Cáritas. Principios fundamentales del Movimiento.

 Año 2010. Aquellos niños de la posguerra hemos atravesado la frontera de los cincuenta y estamos a punto de invadir el confín de la edad sexagenaria. Miramos atrás y muchas cosas han cambiado. Muchas. No obstante, algunas permanecen inalterables. Que qué. Los comedores de auxilio social, los desvelos de Cáritas, los pobres que apenas tienen que llevarse a la boca, los mendigos que siguen aposentados en las escaleras de los templos. Cómo es posible. Lo es. Hoy, Constitución. Feliz Constitución. Mas de qué sirve la democracia, la ley, el derecho, si muchas familias no tienen qué ofrecer a sus hijos. La Constitución no es la Ley del Movimiento. No puede serlo. Por fortuna.

 Las carencias materiales son menos. Sin duda. Pero afectan a muchos. De lo que hoy adolecemos, sobre todo, es de los valores que antaño aprendimos. El valor de compartir, el valor de la cooperación familiar y vecinal. El valor de la solidaridad con los más débiles. El valor de la plegaria dentro de la fe incombustible. El valor de la compañía. El valor del respeto. El valor de la estima de lo poco que atesorábamos. Esos valores, hoy, no están. Ni se les espera. Han huido de nuestros usos y costumbres. Como el valor del esfuerzo, de la disciplina, auto o impuesta, de la generosidad, de la limpieza de espíritu, de la superación, de la voluntad indómita, de la necesidad de salir de aquel bajo-techo que nos condenaba al determinismo social y educativo.

 ¿Y la corrupción? Pues claro que había. Pues claro. Pero no se la veía. Se confiaba. Movimiento nacional. ¿Y hoy? Ah, hoy. Hoy se ve, se siente, se huele, se palpa y se escucha. La corrupción es, hoy, el gran desvalor. En su nombre, advienen la indigencia y el paro, la insolidaridad y el egoísmo. La corrupción es el Movimiento. El Movimiento no era la corrupción. Tampoco lo es la Constitución. Pero la corrupción ha tomado carta de naturaleza social. O acabamos con ella o ella acaba con nosotros.

 ¿Y el Gobierno? Movimiento nacional, sólo que sin principios y sin valores. ¿Y la Constitución? Un catecismo que sólo leen y siguen los creyentes de la democracia. Los verdaderos creyentes. Una pena pero así es.

 Un saludo.

 

0 comentarios