TRÁFICO INQUISICIÓN
La intromisión del Estado español en la esfera privada de los ciudadanos es un hecho incontestable. Cada día, el Gobierno psoecialista nos regala una nueva tropelía, siquiera legal, en este terreno. Las garantías constitucionales son menos y más débiles. Los españoles, cada vez más sometidos, más sumisos, más presionados, menos libres. Menos libres. La intervención se impone. Las libertades se reducen.
Lo que más molesta a uno es que Rubalcaba, -sí, el de Sitel, el de Faisán, el de los GAL, el ministro de Interior-, nos quiera tomar el pelo. Asegura el gran maquiavelo del PSOE que el proyecto de ley de tráfico tiene una misión educadora. Se necesita tener rostro. Si esa es la forma de entender la educación, para qué necesitamos profesores. Policías. Detectives. Sabuesos. Cámaras. Nada de profesores. Esto es el archipiélago Gulag después de la caída del muro berlinés. De los centros de enseñanza, fuera el profesorado. Muchos rubalcabas. El internado.
La ley de tráfico que se proyecta promulgar es un compendio de normas inquisidoras, recaudatorias, desproporcionadas en la relación multa-infracción, confiscatorias y antigarantísticas. La excusa, la gran mentira, la seguridad vial. Aquí no hay más seguridad que la del aparato detector ni más autoridad que la del agente denunciante ni más poder que la del órgano sancionador. La prescripción de las infracciones se extiende de un año a cuatro. Se quiere defender la posible negligencia administrativa y atacar la presunta defensa de los intereses y de los derechos individuales de los conductores. Se necesita dinero. Mucho dinero. Si no cabe una nueva subida impositiva, se cubre el déficit con un desafuero de multas.
A poco que te equivoques en el control de la velocidad, castañazo al bolsillo. Que si no tienes el seguro, no pasas la ITV. Así, se impulsa, de algún modo, la comisión de dos infracciones en vez de una. Mientras no te pillen, se dirá. Lo de la seguridad vial, un cuento. Reeducación, dice. Con toda la cara. Si ésta es el espejo del alma, don Alfredo anda ligero de ella y a los conductores se nos va a caer a los pies. Tal es la desazón, tal el desánimo.
Un saludo.
Lo que más molesta a uno es que Rubalcaba, -sí, el de Sitel, el de Faisán, el de los GAL, el ministro de Interior-, nos quiera tomar el pelo. Asegura el gran maquiavelo del PSOE que el proyecto de ley de tráfico tiene una misión educadora. Se necesita tener rostro. Si esa es la forma de entender la educación, para qué necesitamos profesores. Policías. Detectives. Sabuesos. Cámaras. Nada de profesores. Esto es el archipiélago Gulag después de la caída del muro berlinés. De los centros de enseñanza, fuera el profesorado. Muchos rubalcabas. El internado.
La ley de tráfico que se proyecta promulgar es un compendio de normas inquisidoras, recaudatorias, desproporcionadas en la relación multa-infracción, confiscatorias y antigarantísticas. La excusa, la gran mentira, la seguridad vial. Aquí no hay más seguridad que la del aparato detector ni más autoridad que la del agente denunciante ni más poder que la del órgano sancionador. La prescripción de las infracciones se extiende de un año a cuatro. Se quiere defender la posible negligencia administrativa y atacar la presunta defensa de los intereses y de los derechos individuales de los conductores. Se necesita dinero. Mucho dinero. Si no cabe una nueva subida impositiva, se cubre el déficit con un desafuero de multas.
A poco que te equivoques en el control de la velocidad, castañazo al bolsillo. Que si no tienes el seguro, no pasas la ITV. Así, se impulsa, de algún modo, la comisión de dos infracciones en vez de una. Mientras no te pillen, se dirá. Lo de la seguridad vial, un cuento. Reeducación, dice. Con toda la cara. Si ésta es el espejo del alma, don Alfredo anda ligero de ella y a los conductores se nos va a caer a los pies. Tal es la desazón, tal el desánimo.
Un saludo.
0 comentarios