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Francisco Velasco. Abogado e historiador

CLÁUSULA DE DESCUELGUE

 

Canción triste de la demagogia. Demagogia. Política por la que un gobernante se gana, mediante halagos, el favor del pueblo. Demagogia. Degeneración democrática que lleva al político de turno a mantenerse en el poder, o a alcanzarlo, a través de la lisonja que remueve los sentimientos más elementales de los ciudadanos. Demagogia.


Perlas. Muchas perlas. "No habrá recortes sociales". "Defendemos los derechos de los trabajadores". "Rechazamos cualquier intento de la patronal contra la clase obrera". "La banca española es la más sólida del mundo." "Mientras yo sea presidente, no habrá reformas drásticas que comporten recortes salariales o congelación de pensiones." Lisonjas que esconden mentiras y mentiras encubiertas de lisonjas. Zapatero dixit. Ayer. Hoy, no. Hogaño “dicit” cosa distinta y perpetra un tijeretazo jurídico. El Gobierno. Del PSOE. No el de Rajoy. Ni antes el de Aznar. El de los psoecialistas.


Al recortazo a la función pública y a la clase pensionada, se va unir ahora el decretazo contra el mundo obrero. Se consuma una traición anunciada. Sabida por el traidor y sospechada por la ajusticiada. Sindicatos cooperantes de la felonía que, descubierta la trama, reniegan de sus cómplices de ideología y de subvención. Descuelgue. Y cuelgue. Cuelgue y descuelgue. Qué vergüenza. Ahora. El 16 de junio, César ha caído apuñalado por los suyos. Los derechos sociales yacen víctimas de sus más cercanos de boquilla.


Era el estío desconsolador. Era el verano sofocante. Era la estación adormecedora. Era el Fútbol y su mundial. Era el circus que consuela la falta de pan. Era el opio laico. Era el druida de pócima infame. Era el abono del envenenado árbol. Era el momento para el flagelo cruel. Cláusula de descuelgue. España pierde ante Suiza. Era el fin. Ni siquiera el circo. El equipo gobernante habitual ha dictaminado la muerte del moribundo. El obrero no se puede, ya, sujetar al convenio colectivo. La cláusula estipula que el patrono puede modificar, motu proprio, las condiciones de trabajo de sus empleados. Cambio a malo. Tránsito a peor. Se vuelve al ámbito predemocrático. Se cisca el espíritu, que no la letra ignota, del Estatuto del Trabajador. Sólo para empresas en crisis. Sólo. No hay soledad. La excepcionalidad se halla en la empresa no sujeta a la crisis. No hay. Toda empresa sufre la crisis.


La necedad demagógica del Gobierno ha llevado a la necesidad impúdica del Consejo de Ministros. De la necedad a la necesidad. Amago histriónico de diálogo social acallado por los decibelios de las disputas entre los agentes en pugna. El Estado pudo intervenir antes. Mucho antes. El salario determina el consumo, la inversión, la balanza de pagos, la inflación y, por supuesto, el empleo. Tres millones de parados más tarde, Zapatero echa mano del descuelgue. Tarde, mal y caro. Retorno a 1979 y al Acuerdo Nacional sobre el Empleo de 1981. En 2010, tres años después de que la crisis nos estallara en la cara y el vendaval del paro se llevase los sueños de millones de españolitos, se acude a la cláusula de descuelgue. Ineptos, sí. Incompetentes, también. Sobre todo, demagogos.


Si es imprescindible en estos instantes, más lo era en 2006. El ovillo hodierno es la conciencia falsa del hilo de antaño. Los empresarios van a optar por el despido antes que por el recorte de salarios. Lo sabe el más lerdo. Economía de guerra. Estado de emergencia. Gobierno sumergido y subrepticio. El convenio colectivo ha muerto. De tanto abusarlo. Por continuado maltrato. El carácter normativo del convenio cuelga de la cláusula levantada en la plaza mayor del Boletín Oficial del Estado. Crucificado. A su derecha, la cruz de los empleados públicos. A su izquierda, la cara rota de los que entregaron su vida laboral a la fe de unos dirigentes impúdicos y golfos. Políticos, eso sí. Pero golfos, cantidad de descuelgue.


Un saludo.

 

 

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