LA PRUDENCIA Y LA COBARDÍA
La decisión es una cosa; la resolución, otra; la solución tal vez nunca se alcance.
Este articulista ha buceado en sus archivos. Allá por 2009, me refería con cierta acritud al conflicto que ya entonces había estallado en Caja Madrid. Decía entonces, y me reitero hoy, que no se puede confundir prudencia con cobardía. La primera es virtud que nos lleva a actuar de forma justa, adecuada y cautelosa. La cobardía viene a ser la prudencia degenerada al punto de entenderse como la antítesis del valor. Entre prudencia y cobardía se sitúa el tiempo de la decisión. La decisión no es capacidad, ni vicio ni virtud. Es resultado. Pues bien, concluía, la decisión es la materialización de un ser prudente/cobarde. En esa tríada de conocimiento se halla Mariano Rajoy.
La ciudadanía espera resultados, soluciones. En esa espera, confía que las decisiones de sus gobernantes respondan al arte de la prudencia y no al vicio de la cobardía o al desvalor de la indecisión. A Rajoy le ha caído encima un traje que le queda ancho, muy ancho. La presidencia del PP es mucha losa para tan poco pilar. Rajoy se muestra como abuelito bonachón que es zarandeado por nietos despiadados e hijos pachones.
Los problemas internos de su formación se han ido aparcando pero no resolviendo. Caja Madrid levantó en aquellos años un huracán bautizado como Bankia que ha hecho volar las alfombras persas y ha destapado la miseria acumulada bajo ellas. Rajoy no ha sabido ni ha querido saber. Rajoy no ha contestado ni ha querido responder. Abuelito Mariano. No es que sea cobarde, es que es de un prudente tan extremo que se aposenta en el titubeo, en la perplejidad, en la vacilación, en la inseguridad. Se enfrenta a una papeleta y a una elección.
La papeleta es mandar al ostracismo a más de uno de los que, hasta la fecha, le han adulado hasta la náusea para revolcarse en fosas mareantes de corrupción. A sus espaldas y a sus expensas. La elección no era nombrar a Rodrigo Rato presidente de Caja Madrid. No. La elección era inclinarse por una forma de gobernar, basada en la legalidad y en la razón, o por otra forma de dirigir la Administración Pública, que reside en el efectismo y en la seducción. La diatriba es Aguirre o Gallardón. La duda es la que separa a las Aguirres de los principios de los Gallardones de las corazonadas, al Arriola de los gatillazos o al Monago de la política con mayúsculas, al club de las promesas incumplidas o al equipo de la España por fortalecer.
La resolución está en su mano. Si su liderazgo ya está seriamente tocado, a partir del 25-M, el hundimiento puede ser irreversible. En cualquier caso, su horizonte político se toca con la mano. No hay pecio que se rescate de la sumersión si en su interior no guarda un gran tesoro. Uno prefiere asirse a la rocosidad de los fundamentos por prosaicos que sean, a la "charis" de los embelesos. O sea, antes Esperanza que Alberto, antes Monago que Floriano y antes verdad que embaucamiento.
Las autonómicas están más cerca de lo que algunos quisieran. Las sorpresas de las europeas van a dejar mudos, e inermes, a los malos secuaces del turnismo restaurador de Cánovas y Sagasta. Rajoy dista mucho de parecerse a don Antonio y Rubalcaba tiene de don Práxedes lo que Zapatero de Felipe. O sea, nada.
Isabel II y Alfonso XII no tienen continuidad en Felipe VI. No sé si me entienden.
Un saludo.
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