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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL PRECIO DE SUSPENDER

 Si algunas sentencias judiciales te ponen los pelos de punta, las correcciones de exámenes por parte de ciertos docentes prueban el correcto funcionamiento de algún corazoncito débil.

 

Los estudiantes madrileños de la Universidad a Distancia acusan a nombrados profesores de fraude masivo, de prácticas deplorables y de prevaricación continuada. Toma ya. El problema que la acusación es, poco importa si se demuestra que está fundada o, por el contrario, se concluye la falsedad de la misma. En ese itinerario, la universidad española vuelve a sacar sus trapos sucios y pone de manifiesto que la élite intelectual del país se confunde con una gran máquina expedidora de títulos estilo grandes superficies baratas.

 

En las facultades universitarias españolas, uno ha visto, y ve, de todo. Desde profesores estúpidos que restan puntos a los alumnos a los que detectan faltas de ortografía al tiempo que exponen en los tablones de anuncios la causa por la que han suspendido el referido “EXÁMEN”. Sic. De puño y letra del docente al que le hace falta una gruesa capa de estilo y de sabiduría pedagógica. Del mismo modo, que te encuentras con catedráticos, fastidiados por su condena académica a impartir dos clases durante un par de días a la semana. Existe toda una casuística de la docencia superior, que trae causa de la secundaria pero que se encumbra hasta la imbecilidad cuando se aposenta en el terreno de la mayor jerarquía.

 

Uno abominó siempre de las mafias, de las corporaciones secretas, de las administraciones corruptas y… de la política clientelar de los departamentos universitarios. La oscuridad es la nota que preside muchos de estos guetos. Los catedráticos se envuelven en la bandera de su poder –que de autoridad, poco- y manejan los tiempos y los futuros de sus colaboradores como los caciques de la oligarquía decimonónica.

 

En este contexto de iniquidad profesional en el que se demanda excelencia pero se expende deficiencia, servidor escribió, hace años, un opúsculo en el que criticaba el déficit garantístico de las evaluaciones en cierta universidad española. Ensayo muy fundamentado que venía acompañado de pruebas concretas que ponían a muchos profesores y decanos al pie de los caballos. Los estudiantes madrileños podrán protestar lo que quieran, querellarse contra quien decidan, contratar a un bufete de abogados de la mayor categoría. Es su derecho. Sin embargo, las puertas blindadas del aparato departamental se cerrarán con la eficiencia de una caja fuerte de ultimísima generación. Y si su ingenuidad les lleva a confiar en la bondad del servicio de inspección, mejor que abandonen su vocación y soliciten entrar en un convento de clausura. El corporativismo académico tiene un peso excepcional. Constituye su defensa frente a las imputaciones sobre lex artis.

 

Conozco a tres profesores que motivan sus exámenes. A tres. Casi todas son mujeres. En el departamento denostado de la UNED, los acusados son hombres. El precio de un aprobado no está regulado por la ley objetiva de la calidad. En absoluto. Depende de la delictiva subjetividad profesional de algunos mamelucos metidos a enseñantes universitarios.

 

Mientras tanto, Wert sigue cargando las tintas contra los alumnos. Las tintas que, en su escapada del peligro, expelen muchos profesores. La cuerda, ministro, no se puede romper por la parte menos guarnecida. Las becas, don Wert, las becas. No se ponga del lado de los primos de zumosol. Arremeta contra los botes/botarates caducados.

 

Un saludo.

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