NO CAER EN PROVOCACIONES
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Al Gobierno se le exige exhibición de sabiduría, ejercicio de credibilidad que genere confianza y alarde de mano izquierda o muestra profusa de sangre fria. La política está hecha, en su origen, para personas adornadas de estas virtudes. Cuando esa política conduce al poder ejecutivo de un Estado, estos valores deben sublimarse. En su defecto, las consecuencias negativas serían un pasto abundante para satisfacer las ansias devoradoras de sus enemigos. Los de España son muchos. No son tanto territoriales como hienas ansiosas que residen en determinados territorios.
Si no, que miren a Artur Mas, a Otegi o cualesquiera charnecos y maketos nacidos en otras regiones del país que se hacen perdonar su lugar de nacimiento convirtiéndose en marranos cobardes que descienden a la categoría de mamporreros para regocijo de los dueños del picadero. En este rosario de eminencias marrones, destaca, por sus declaraciones, el señor Alfredo Bosch, portavoz de Ezquerra Republicana de Cataluña en el Congreso de Diputados. El parlamentario español, cuidado con la paradoja, advierte al titular de Defensa que prepare un inventario de los activos de su ministerio en esta comunidad autónoma a fin de repartirse el patrimonio cuando se consume la independencia.
El señor Morenés hace bien en callar. A palabras necias, ya saben lo que corresponde a los oidos. Bosch tiene libertad de expresión merced a la Constitución que nos ampara. El ministro tiene la obligación de anotar las peticiones y de despreciar la estupidez a base de hacer poco aprecio de la misma. Entrar en polémicas con un antipatriota es conversar con la pared de la cafetería de la Cámara Baja. Eso sí, en aras a la seguridad de España y con la finalidad de tender puentes de diálogo, hay que levantar trincheras preventivas que, llegado el momento, se conviertan en bastiones de la unidad del Estado.
El consejo de gobierno, a lo suyo. Sacarnos del hoyo excavado por el zapaterismo. Abandonar las baladronadas. Aferrarse a la legalidad. Oponerse a los chantajes de nostálgicos y a las invitaciones de progres de cartón. Rehuir debates estériles. Evitar provocaciones de secesionistas locos. Construir salas de desintoxicación ideológica y de depuración de mala leche en algún rincón del edificio de San Jerónimo. Y tener la ley en la mano y la constitución en la cabeza.
De este modo, los provocadores se tendrán que comer la bilis purulenta que destilan.
Un saludo.
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