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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA INCÓGNITA

 

 Por fin. Maná deseado. España vuelve a tener un gobierno. Rajoy se ha puesto al frente de un poder ejecutivo con autoridad democrática, moral e intelectual. Los españoles hemos estado huérfanos, desde 2004 a 2011, de un consejo de ministros. En lugar de consejo, se implantó una camarilla y en vez de ministros, se nombraron centuriones de carnaval. La Moncloa más parecía el Gran Teatro Falla en calendas de febrero. Lo de Zapatero no era una ecuación matemática. Era un ente informe desparramado por todos los resquicios de la sociedad.

 

La ecuación matemática se convierte en una expresión política. En uno u otro caso, es obligado resolver la incógnita. Interesa averiguar el número de variables que intervienen en esta operación previa de toma de tierra. El discurso presidencial de Rajoy, de enorme calado, es el indicativo fiable de que hay un formidable equipo de expertos en ciencias exactas, económicas, jurídicas y sociológicas para la resolución de los problemas heredados. Que no se trata de simples acertijos o infantiles adivinanzas. Antes de empezar, urge examinar los hechos ocultos y las macrocifras manipuladas. Si alguien se cree que el déficit reconocido por Salgado se ajusta a la realidad, es que no se quiere enterar de la capacidad fantasiosa de la exministra, capaz de denominar brotes verdes a los cardos borriqueros. Del mismo modo, si se emplea el eufemismo de la paz etarra para vendernos la paz necropolítica de unos asesinos a sueldo, es que rechazamos saber la verdad sobre el faisán de Rubalcaba, de Camacho y de Eguiguren. Podríamos seguir hasta el hastío.

 

Por sus hechos, los conoceréis. La estela de estos individuos que han sido desalojados de la satrapía por obra y decisión del pueblo soberano, se ha construido a través de los actos que marcaron su trayectoria y calificaron su reputación. Y a fe que no puede ser más negativa. En este contexto, las reacciones de la prensa nos orientan hacia dónde se dirigen los tiros. Uno se posiciona, por ejemplo, junto a Jiménez Losantos, cuando deplora los elogios que el neojefe de Interior lanzó hacia sus predecesores. O mucho cambia el señor Fernández Díaz o las primeras puyas del recién estrenado gabinete pepero no vendrán, como es de esperar, por la llaga económica. En las antípodas de mi coincidencia analítica, el diario zapateriano por excelencia, sí, Público, arremete contra la lotería de El Gordo porque el PP valenciano vendió cien millones de euros en pequeñas participaciones. Menos mal que el premio no recayó, todo él, en Fabra o en Camps.

 

Soraya. La señora vicepresidenta única despejó, hace mucho tiempo, la incógnita de su rendimiento. Su portavocía parlamentaria en la recién fenecida legislatura ha sido todo un prodigio de bien hacer. A la natural capacidad de la mujer, en ella se une la infatigable lucha por la eficiencia. A la vista de la fotografía, menudita ella, insignificante ante los centímetros de sus compañeros de fila, nadie diría que la moza tiene tan gigantesca talla moral. No obstante, habrá de resolver una nueva incógnita: el CNI.

 

Estoy convencido de que la gran prueba de su vicepresidencia es el centro de espías. El peso de esta institución desequilibra todo el entramado político y económico. Quien posee la información, tiene el poder. Ya se sabe. A diferencia de la comunicación, que es hacer común algo, la información tiene como finalidad el instruir hacia adentro. Maquiavelo definió la política como el arte de conquistar el poder. Por tanto, nada nuevo bajo el sol. Nada nuevo pero sí diferentes ópticas. Atención a los netócratas. Los dueños de las redes son, en nuestros días, los propietarios del poder. Poder, que no autoridad, sobra al nido de espías que vigilan nuestros sueños. Recuerden a Manglano y a Felipe, al 11-M y Dezcallar. A Zapatero y Sáiz y Sanz. Da miedo.

 

He ahí la incógnita. Si Soraya Sáenz de Santamaría es capaz de enfrentarse al monstruo y despejar esta incógnita newtoniana, se postulará como una política de tal fuste que ríanse de los dóricos, jónicos o corintios clásicos. Les superaría en belleza y en perdurabilidad. No me atrevo a apostar por ella. Tal es la complejidad de la ecuación y tanto el número de sus variables.

 

Un saludo.

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