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Francisco Velasco. Abogado e historiador

TALGO TALGO

Este año, el viaje de vacaciones, más corto. En tiempo y en recorrido. Incluso en fórmula de transporte. He prescindido del vehículo privado y, con él, de mi inveterada cota de rebeldía institucional. He confiado a RENFE la comodidad y la rapidez de unos cuantos de mis días de asueto. Hasta que no descubres la red ferroviaria española, no se percibe en plenitud los contrastes de este pueblo llamado España.

 

Me subí al Alvia a las ocho menos diez de la mañana. Confortable y espacioso. Sin embargo, setenta y cinco minutos para llegar a Sevilla. El coche de hierro iba tocándose las campanillas. Si tres cuartos de hora después de abandonar La Giralda, llegábamos a Córdoba, cómo se explica la velocidad de diligencia de la Western Union entre Huelva y la capital del Guadalquivir. A paso de tartana. Desde la ciudad de los califas hasta Madrid, la locomotora nos enseñaba sus doscientos cincuenta kilómetros por hora en varios de sus tramos. Es decir, se tarda mucho más desde la vieja Onuba hasta la vecina Sevilla que desde ésta a la más lejana Córdoba. Es un agravio, uno más, en toda regla. Y nos conformamos.

 

Mientras comulguemos con las ruedas de molino de la marginación institucional, el desarrollo de nuestra provincia estará marcado por el almidón que reviste de rigidez el cuello de camisa de los petimetres de modas pasadas. Ese almidón esclerotiza las ideas y roba flexibilidad a las iniciativas. Para qué el AVE si el TALGO sirve casi lo mismo. Las vías. El trazado. Se cambian a fondo y, en media hora, estamos en Sevilla. La frecuencia de la comunicación. En poco tiempo, el desplazamiento en tren relega al autobús y al transporte privado. El precio. Un TALGO más rápido, seguro, confortable y barato revolucionaría a la ciudad, a nuestra abandonada ciudad. A partir de aquí, hablemos en serio de desarrollo, progreso y prosperidad.

 

Mientras la red ferroviaria española se rompa en el suroeste, Huelva no pasará la reválida económica. Si nuestros gobernantes no reclaman, ya, un remedio urgente, mostrarían su ineptitud y nos estarían invitando a darles un zapatazo en sus mullidas posaderas. Su molicie y su desidia pervierten el derecho. Y no se puede consentir. Cuando no hay libertad, padece el Estado democrático. Si lo que se añora es la igualdad, entonces el Estado social es pura filfa. La celebérrima frase de Cánovas, “la política, arte de lo posible”, se redacta en Huelva como misterio de lo improbable. No nos comunicamos con Cádiz, ni con la Sierra, ni con Sevilla, ni con Portugal. Más solos que la una. En este desamparo, el milagro del progreso queda en manos de la divinidad. La postración de nuestra sociedad no está en manos de Dios, sino de los políticos. Y éstos, desgraciadamente, se compran y se venden. No hay cariño verdadero. Su amor al pueblo dura una campaña electoral.

 

Venga ya. Arreglen la maldita red. Déjense de avecillas y de pajaritos. Saquemos a Huelva de su adormecimiento histórico.

 

Un saludo

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