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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LOS NUESTROS

 

Nuestros son los emperadores Trajano y Adriano, los geniales Picasso y Goya, Ramón Berenguer y Ordoño II, Francisco Gento y Andrés Iniesta. Y tantos otros. Son nuestros. De España. No importa su patria chica ni la fecha en que vivieron. Nuestros.

 

Uno de los nuestros. Muchos recordarán la película del mismo nombre que dirigió, allá por 1990, el gran Martin Scorsese. Relataba, de forma magistral, los tortuosos caminos de ascenso al poder del hampa mediante la violencia. Se pertenecía al grupo de manera indiscutible. Así se lograba la distinguible condecoración de ser de los nuestros.

 

En los últimos años, la expresión “es de los nuestros” se ha apoderado de los partidos políticos. En Andalucía o Extremadura o Castilla la Mancha, donde el dominio psoecialista ha sido exclusivo, y excluyente, en las últimas décadas, el latiguillo “es de los nuestros” se ha convertido en un salvoconducto de libre tránsito, en una credencial de discriminación positiva, en una carta de presentación para el empleo, en un naipe ganador de ascensos profesionales. Los nuestros son los nuestros.

 

La frase constituye todo un referente de la bastarda política que ensucia el cristal democrático y hace del pueblo soberano una soberana grey impelida por pastores proxenetas. Chulean al pueblo, prostituyen sus derechos y explotan su esfuerzo. Ser de los nuestros es pertenecer al partido/bandería que detenta el poder y que, por mor del mismo, crea una clientela de obedientes que, a su vez, garantizarán la continuidad del pervertido sistema.

 

Facilitadle las cosas, que es de los nuestros. La mafia hecha política y la política hecha mafia. La depredación de los servicios y la mamandurria de la teta estatal. El Jefe señala a los beneficiados por su dedo magnánimo.

 

La vida deja de pertenecernos. El futuro depende de dónde te adscribas. El esfuerzo no es una virtud, ni de izquierdas ni de derechas, sino un requisito para satisfacer al duce de los nuestros. Ser libre deja de ser un derecho porque no se admite que todos seamos iguales. Libertad e igualdad se relativizan en razón de integrarse, o no, en la banda. Si no estás en ella, contra ella te posicionas. Por tanto, ojito con lo que dices, lo que haces, lo que omites o lo que piensas. Si te enganchas en la dinámica, deberás revalidar, sin tregua, tu renuncia a la libertad.

 

Que por qué. Porque la menor desobediencia, la más simple discrepancia, la herejía doctrinal más inocente, el mohín aparentemente rebelde pueden costarte muy caro. Nadie que no secunde, a pies juntillas, los deseos del mandamás, está expuesto a la condena privada, al fuego inquisidor de los medios de cobertura y a la reprobación pública por fechorías innúmeras.

 

Los nuestros no somos los españoles. O los europeos. O las personas en general. No. Los nuestros son los que callan lo que conviene, oyen lo que interesa y dejan de ver lo que se quiere. Los deseos del jefe son órdenes. Las órdenes recibidas no admiten un pero. Si se quiere ser de los nuestros, debes apostatar de la condición de ciudadano y zambullirte en el cenagal del sicario.

 

Los nuestros son los de ellos. Los de ellos no son los nuestros. Más vale pobre y honrado que ser de “los nuestros”. Maldita sea. Porca miseria.

 

Un capone, digo, un saludo.

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