INDEPENDENCIA DE/EN ESPAÑA
La patria es la tierra natal, o adoptiva, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. España es, pues, patria. En la flama que produce una enseña o provoca una canción, España se siente como patria.
El estado es la forma de organización -de compleja organización- de una sociedad a la que regula normativamente dentro de un territorio previamente establecido sobre el que ejerce su soberanía, de forma que desarrolla su poder merced a unas fuerzas armadas, a una policía y a una administración pública. El estado no es el gobierno, porque mientras el primero es permanente, el segundo es temporal. España se constituye como Estado y como tal, su pueblo es soberano. Es el pueblo español quien ostenta la soberanía.
Considerados los conceptos de nación, patria y estado, éste -que escribo con mayúscula- se constituye como tal cuando existe su elemento básico. Y su elemento básico es el pueblo, el conjunto universal de personas de esa nación o de ese estado. No puede existir el Estado sin pueblo aunque exista el pueblo sin Estado. España existe como estado porque así lo determinan la historia, la tradición, las leyes y, sobre todo, la voluntad soberana de su pueblo.
A uno le preocupa que el Estado español se desgaje. Sin embargo, en esta preocupación se confunden un sentimiento y una razón. El sentimiento comporta una voluntad particular por más que sean millones quienes coincidan en la manifestación de este sentir y de esta volición. Ahora bien: la razón induce a liberarse de pasiones de todo tipo e invita a radicar en la ley, especialmente en la Ley Magna que es la Constitución, la fuerza de esa razón que se impone a los excesos sentimentales. La Constitución, por más que no sepamos o queramos o podamos asumir su enorme importancia, se manifiesta como el resultado de la soberanía de un pueblo que vota, decide y elige en libertad. Si este pueblo español soberano decide un día, en uso de esa su libertad, conceder la independencia a las regiones del Estado que la reclamen de manera legal y no violenta, uno sentirá que parte de su alma se ha perdido, pero comprenderá que la ciudadanía ha dicho su última palabra y la aceptará. Es la ley, elaborada y aprobada en libertad, la que impera y la que obliga, en definitiva, a ese pueblo que ha mandado hacerla. Eso es democracia. Lo demás son cuentos nacionalistas bélicos.
Un saludo.
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