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Francisco Velasco. Abogado e historiador

ESTAMPAS SOCIALES DE LA POSTGUERRA CIVIL

  Basta echar una miradita a nuestro alrededor. En apariencia, los bares de Pablo Rada siguen llenos de vida, las discotecas de Gran Vía o Puerto Sur cuentan con aforos llenos, los hipermercados rebosan de gente, los cines, bueno, los cines no, porque la oferta es tan escuálida y los precios tan altos, que ya hace tiempo que el público desertó. Pero es apariencia. Es como cuando Fanco visitaba Huelva y las "autoridades" lo paseaban por la Gran Vía y la Plaza de las Monjas, pero se cuidaban muy mucho de mostrarle los barrizales del barrio de Las Colonias, el gueto de la barriada de la Navidad (ni siquiera se había edificado El Torrejón) o los descampados de Pérez Cubillas. Apariencia.
 Yo recuerdo, en mi niñez, las cartillas de racionamiento, las campañas de Caritas, los sermones de los curas de la parroquia de La Merced solicitando el sentar a un pobre en Navidad en nuestras mesas de pobres, los vecinos y familiares que se iban, mohinos y resignados, a Francia o Alemania en busca de un horizonte de vida mejor, las corridas televisadas de El Litri y el Cordobés, los juegos de los niños en nuestra calle limpia de coches,... Más tarde, y las hemerotecas dan fe de ello, se nos vendió como un regalo excepcional la instalación de un Polo Industrial (el mismo que rechazaron los sevillanos) en la Punta del Sebo. Regalo de Franco, nos decían los apologetas del régimen.
 Yo veo, hoy, casi sesentón, cómo el Polo se desmantela, cómo cientos de convecinos pierden su empleo, cómo recibimos a inmigrantes maltrechos, cómo dejamos los templos vacíos, cómo los niños juegan a la consola, cómo los partidos de fútbol nos enajenan, nos alienan, hasta olvidar nuestras penurias, cómo los pobres aumentan y cómo los pobres que antes recibían a los más indigentes, ahora se convierten en sujetos de auxilio social. Los centros de transeúntes se quedan pequeños, los comedores benéficos se las ven y se las desean para atender la creciente oleada de seres humanos que no tienen qué llevarse a la boca, los economatos tipo "Resurgir" hacen frente, como pueden, a las demandas de alimentos de primera necesidad, los obreros son despedidos de sus trabajos que durante años han ocupado... Y así, así, así.
 De niño, se nos decía que Franco había traído la paz a España y que esta paz compensaba nuestras carencias: que los niños nos hartáramos de pan seco, de "poleás", de pescado barato, de sopas de letras, de leche en polvo, de pastillas de fósforo Ferrero, de una pequeña onza de chocolate oscuro con el que engañábamos al bollo de masa dura,... De mayor, se me cae la cara de vergüenza ajena viendo a padres y de familias yendo con sus hijos a estos economatos de ración tasada, a esos hombres y mujeres que acuden cada día a comedores atendidos por el voluntarismo de personas de impagable abnegación, a esos desempleados que se hacinan por las mañanas, frías y cálidas, en las colas del INEM, a esos inmigrantes sin papeles que se esconden entre la maleza de los campos de fresa huyendo de las redadas periódicas de la Guardia Civil, a esos propietarios de viviendas y de negocios que se sumen en la duda de si su propiedad ha sido asaltada por los amigos de lo ajeno,...
 Los demonios en el jardín me asaltan ante estas visiones, que no son producto de una pesadilla ni resultado de una abstracción depresiva ni consecuencia de una borrachera de "peseteros". Me aterra volver en el túnel del tiempo a las delgadeces de los años cincuenta. No soporto que nuestros hijos pasen las calamidades que debimos atravesar sus padres y abuelos. Me resisto a ello. Como me resisto a alienarme, a cerrar los ojos, a conformarme, a callarme, a pasar de largo. Me resisto. Resístanse. Un ruego: rebélense.
 Un saludo

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