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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA ÚNICA VARA DE MEDIR COSTILLAS

 

La hipocresía. Decía Nietzsche que nada más hipócrita que la eliminación de la hipocresía. Menudo dicterio el del filósofo. Es como si el gran Bacon escribiera contra la homosexualidad. Algunos se arrogan la exclusiva de la moral pública mientras poseen la exclusiva del vicio privado.

 

La prensa de izquierda arremetió con una dureza inusitada contra el rey por su relación, supuesta, con Corinna. Qué bochorno, venían a concluir los plumillas de algunos periódicos del sector. Qué escándalo, repetían hasta convencer a su audiencia.

 

En el caso del Jefe del Estado francés, Monsieur Hollande, las lanzas se volvieron romas y las diatribas sentimentales se custodiaron en los archivos recónditos de los diarios amarillistas. Del presunto affaire amoroso del socialista galo con la actriz, nada que decir. Lo privado en la intimidad se queda. Claro que el código penal del país vecino mete una crujía de dos pares a quienes falten al respeto a la vida privada. En España, no. En nuestro país, hacen programas de contraeducación sentimental a fin de potenciar el verdulerismo e impulsar el uso de cámaras bajo enaguas y sábanas.

 

Los programas del corazón “revenío” de la cadena de las mamachichos atacan sin piedad el latrocinio de los jerifaltes hispanos de la derecha y, sin embargo, callan como esbirros eunucos las peripecias emocionales del gran Berlusconi. Como si “il cavalieri” fuera el gran patrón de la cadena. Los mastuerzos que sacan trapos sucios de la vivienda patria, se ciscan en la corona y en el resto de las instituciones porque sale gratis y proporciona enormes dividendos. Respecto a Hollande y Gayet, las referencias son, además de sucintas, livianas.

 

Doce meses y doce causas. Como si las causas fueran el tapón de descorche de domperignon. La sinceridad del mensaje es una explosión de cinismo en manos de estos viciosos que se rinden a la virtud. Una manifestación de cautividad y de vasallaje que está anclado en el acervo del servilismo de siempre.

 

Juan Carlos tuvo el valor de pedir perdón. Públicamente. Comiéndose su orgullo borbónico y exudando soberbia dinástica. El rey sucumbe ante el pueblo, su soberano. Hollande, el presidente de la república, ni pensarlo. El napoleoncito del Elíseo está por encima del bien y del mal. El pueblo es él y él es el emperador desnudo.

 

En España no existe Gayetgate. Los escribidores de la gauche silenciaron los posibles amoríos de Mitterand y hacen lo mismo con los romances de Hollande. Esa izquierda fantasma no aplica el mismo ungüento al rey de España ni a los presidentes españoles de la derecha política. A éstos, palo y tentetieso. Hipocritillas. Bandolerillos. Saltimbanquis del padrino.

 

La credibilidad del falso vale el helicóptero de Hollande. Su vara de medir es, en verdad, una estaca. La estaca del pensamiento único. Infelices.

 

Un saludo.

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