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Francisco Velasco. Abogado e historiador

RIVERA: SOLUCIÓN O PROBLEMA

 

 Albert Rivera se está convirtiendo en todo un líder. El joven político se ha abierto camino entre el intrincado follaje de partidos liana y de organizaciones hojarasca. Ciudadanos es su bandera pero su imagen serena, seria y fiable constituye el motor de su avance. El discurso del catalán ha conseguido calar en amplios sectores de la sociedad y, lo que es más significativo, del electorado español. Su candidatura a los próximos comicios trae de cabeza a muy altos dirigentes del Partido Popular y del PSOE. Algunos lo están erigiendo en el pendón de una deseada regeneración de España. Albert como solución. Rivera como problema. O al revés.

 

En el seno del reto secesionista de Cataluña, un oriundo de la tierra destaca por la defensa de la unidad de España. Por encima del verbo azucarado y acaso melifluo de la señora Camacho, adelantada del PP, Albert Rivera se presenta como la voz de quienes ansían una nación española plural en la que la conjugación del verbo corromper sólo pueda ser factible en las salas de Vista de los juzgados. La izquierda y la derecha temen a esta figura emergente del escenario teatral patrio. Hasta ahí, Albert es solución. A muy largo plazo y con muchas reticencias en cuanto a su fortaleza, pero sí, es remedio.

 

Sin embargo, y al mismo tiempo, es problema. Problema de credibilidad colectiva. Al calor y a la humedad que emanan de sus intervenciones, surgen frutos del bosque de feliz apariencia comestible pero que, en realidad, ocultan enormes cargas de veneno. El partido “Ciudadanos” se está convirtiendo en la UPyD de Rosa Díez. Detrás de la psoecialista vasca, unos cuantos paseantes que se benefician de la inercia de la exconsejera en Euskadi. Algo similar se está produciendo bajo el manto aureolado de limpieza de Albert. La cercanía de las elecciones está poniendo alas en los pies de barro de dioses mercuriales de la prensa, del desencanto partidista, de la farándula o de actividades sin resonancia, que persiguen un lugar en el olimpo del Congreso o del Senado donde transcurrir con placidez los próximos cuatro años de su frustrada vida. Y aquí reside el quid de la cuestión. Rivera no puede avalar el rosario de advenedizos y de parientes que brotan al sonido del premio de la bonoloto electoral.

 

Albert Rivera puede alcanzar ciertas cotas de notabilidad. Pero en la soledad de su organización mitad amateur mitad profesionalizada. Sin embargo, cuando su grupo esté engullido por el ogro de los préstamos y consiguientes condonaciones bancarias, entonces, el muchacho de frente despejada y mirada firme, se aliará con las odaliscas del descrédito y enfangará su impoluto terno con  los barros de la praxis política. Porque no cabe otra opción.

 

De ahí mi reflexión. Albert Rivera es su propio problema si quiere abanderar el partido que fundó y llevarlo a cotas inabarcables para él y sus seguidores. En cambio, Albert Rivera sería una magnífica solución si, en lugar de enhebrar la aguja de Rosa Díez, se decide a fichar por un equipo de los grandes. Podría ser el Garzón del PP, siempre que abdique de las tentaciones que arrastraron al juez a su propia tumba y siempre que reclame de Rajoy y de los suyos un folio de condena a los Bárcenas que en su partido son.

 

Hay que pensar.

 

Un saludo.

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