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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EN FILA DE UNO, AR.

 

 Suboficiales y oficiales eran muy dados a las órdenes al pelotón o a la compañía de soldados. Eran, y son, por supuesto. En el mundo militar, la jerarquía no se expresa en galones o estrellas. En órdenes. A menor rango, más gritos y menos motivo. A mayor antigüedad chusquera, qué les cuento acerca de la mala leche que destilaban algunas voces aumentadas por la fuerza del uniforme.

 

En el mundo judicial, las decisiones se toman merced a procedimientos de garantías que, pese a ellas, son susceptibles de elevarse a instancias superiores. Un diez por ciento de las apelaciones encuentra acogida en los tribunales ad quem. El resto se queda como está.

 

Si mezclamos el mundo del durísimo juego de los simulacros bélicos con el tenebroso panorama de la justicia española, obtendremos un resultado peculiar. Un resultado que se mide en unidades de recelo ciudadano y que se glosa en la frase célebre de un político asido al duro banco de la galera de las sentencias: la justicia es un cachondeo.

 

Doña Mercedes Alaya, profesional ilustre donde las haya, ha solicitado la imputación de dos expresidentes de la Junta, de varios consejeros de sus gobiernos y de la tira de ciudadanos que se lucieron en el vergonzante proceso de los fraudulentos expedientes de regulación de empleo. Con doscientos mil obstáculos a babor y tropecientos mil a estribor, la magistrada sevillana sigue al mando de su velero bergantín cuyo rumbo permanece firme a pesar de los cañonazos de las torpederas piratas institucionales. Todos en fila de a uno, dice Su Señoría. Pero no a la voz de ya. Al sonido de las motivaciones y de las investigaciones de rigor. Arbitrariedades, ni una.

 

Alguien dirá que si este articulista se alegra del follón que se ha levantado a costa de esta indecencia concebida, nacida, desarrollada, multiplicada y consumada por altísimos cargos de la Junta. La respuesta es sencilla. Me alegro hasta el infinito. Durante muchos años, una unidad mixta de cargos públicos ha estado saqueando miles de millones de euros para beneficio propio, de su partido, de sus parientes y amigos con la sensibilidad de un reptil que trata al pueblo como si fuera un plato de caracoles: babosos, arrastrados y cornudos. Cómo no voy a regocijarme si esta caterva de mangantes termina contando sus caudales en la cómoda celda de una penitenciaría de la región. Cómo no voy a mostrar mi felicidad si, además, devuelven el parné expropiado para que se destine a los desempleados, a los desahuciados o a los más desvalidos. Cómo no. Por supuesto que sí.

 

Y cómo no voy a estar contento si durante largos años he sufrido los ataques de los ahora imputados que no me perdonaron, ni me perdonarán, las críticas feroces, pero fundadas, al traje del emperador desnudo. Es que puede haber alguien de bien que no se complazca de que la justicia funcione aunque sea tarde y lenta. De pensar en la pobreza de miles de familias andaluzas que puede mitigarse si los ladrones restituyen lo que no era suyo, se me alegra el alma.

 

Eso sí. Que la justicia ponga en juego todos los mecanismos de presunción de inocencia y los recursos necesarios para que la instrucción y el proceso sigan el sendero de la legalidad y de la equidad. Si esto ocurre y los desarrapados morales son absueltos por la justicia española, pues nada, que todos a la calle y los demás paguemos las evaporaciones esotéricas de tanto dinero. En caso contrario, si son condenados, que se cumpla el código. A ver si alguna vez podemos decir aquello de que la justicia no se cachondea de nosotros.

 

Lo dicho: los imputados, en fila de a uno.

 

Un saludo.

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