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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA OPINIÓN COMBATIDA

 

Con demasiada frecuencia y un mucho de soberbia injustificada, determinados medios suelen elevar sus editoriales y sus informaciones a la categoría de opinión pública. Como si ellos recogieran con absoluta fidelidad el sentir del pueblo. Craso error pero extraordinario poder de manipulación. Se trata, lisa y llanamente, de su opinión publicada.

 

Servidor, que va por el sexto año de su comparecencia como articulista en periódicos y analista político en medios audiovisuales, entona el mea culpa en el mismo sentido de la crítica que formulo. El mal, porque no deja de ser una enfermedad el creerse portavoz de muchos, se mitiga cuando los propios lectores te colocan en tu sitio.

 

Molesta, y mucho, el decir una cosa y mañana la contraria, según el aire sople de oriente o del oeste y, sobre todo, si las andanadas del viento arrastran los criterios como si fueran vendavales. Lo queramos o no, la objetividad periodística es tan difícil como la imparcialidad judicial. El subjetivismo de los que comentan es, al igual que el de los que sentencian, incontestable. Nuestras filias y fobias aparecen en un instante y nos desvelan el fan que llevamos dentro.

 

Podemos contemporizar con el caso Bárcenas y hundir en los infiernos a los autores de los expedientes falsos. O viceversa. He sostenido siempre, y desde luego mi voluntad no se ha modificado, que los programas de televisión de tertulias políticas debieran enriquecerse con la aportación de los documentalistas. Cada vez que un periodista de partido o un sociólogo de pago indirecto opina sobre un tema de corrupción, la voz en off debe dispararse automáticamente y recrear en la pantalla lo que el caramanteca de turno dijo ayer en torno al tema planteado.

 

Esto es, combatir la opinión con la opinión. Formar la voluntad del pueblo es una de las finalidades de la libertad de expresión y de información, derechos fundamentales adscritos al núcleo duro de una Constitución democrática. Sin embargo, deformar la voluntad de la ciudadanía a base de ofrecerle opciones dialécticas y visuales torticeras, constituye una muestra de cómo, al cabo, el pueblo es tratado como un consumidor de espectáculos desdeñables.

 

Los espacios de opinión política, o social, o futbolística, deben imponer a sus participantes el requisito de someterse al control de alcoholemia verborreica. Cada vez que excedan el nivel mínimo de mentiras, tres semanas sin aparecer y un cuarenta por ciento menos de ingresos. A ver si aprendemos a dominar nuestras veleidades tendenciosas.

 

Un saludo.

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