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Francisco Velasco. Abogado e historiador

POLÍTICA DE SUMERSIÓN LINGÜÍSTICA

 

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Algunos opinan que el problema del independentismo catalán no es tal. Simple polémica que se aplaca con unas buenas bolsas de euros y una pizca de ojitos, dicen. Que lo de la inmersión lingüística es una estrategia de distracción infantil. Que la realidad de aquella tierra se agota en la infertilidad de sus frustraciones seculares. Y digo yo que quienes así se conducen, se equivocan. O nos toman por tontos o se sitúan en la banda estrecha de la sintonía secesionista. O son infiltrados de la prensa separadora o forman parte del conglomerado de zapadores del Estado español.

 

Una nación comienza a definirse por su lengua. Lengua única y exclusiva. Lengua que no se comparte ni cede un miligramo de soberanía a otra con la que compite. Idiomas, sí. Lengua, una. Los políticos catalanoides de copia y pega conocen bien la lección del poder y del conocimiento. Lingua imperium est, que decía Nebrija adaptando a Sócrates. He ahí la cuestión. Cataluña integrará España mientras el castellano asome sus reales por el nordeste peninsular. La política de inmersión lingüística es, en consecuencia,la acción de introducir a todo quisque en el conocimiento de la lengua catalana. Por las buenas o por las peores. A partir de hechos consumados y por encima de leyes y resoluciones judiciales. El camino hacia la ruptura pasa por el atajo tribal de la lengua excluyente.

 

Los nacionalismos del siglo XXI conforman un cáncer extendido allá donde ha aflorado el mal. Dos centurias antes, tenían un pase, mitad romántico, mitad ingenuo. En nuestros días, no. Los nacionalismos actuales son cornadas en la femoral del paneuropeísmo. Una sangría imparable que produce la muerte del cuerpo político y del organismo social. Un agujero inmenso en el calcetín de la economía. En Cataluña lo saben, no crean. Lo saben pero prosiguen con su actividad de tierra quemada.

 

Los ataques a Wert por su mensaje de españolizar a los catalanes, se entienden en la propia impericia y en la escasa habilidad dialéctica del ministro que, sociólogo, se ha estrellado contra la base de su oficio profesional. Sin embargo, la ofensiva contra este ministro por su decidido empeño en hacer que se cumpla la ley, se incardina en la voluntad infame de los separatistas de extinguir el castellano de España y en quemar en la pira de una identidad indiscutible la esencia del estado integrador.

 

El ministro Wert no discute la política de inmersión en el catalán. Ni mucho menos. Lo que el ministro Wert rechaza es que se imponga una política de sumersión. Y qué es eso. Muy sencillo. La sumersión consiste en meter algo debajo de un líquido, en abismar, en hundir. Hundir la lengua castellana. Repito: ahogar el castellano en ese territorio de España. Con miras a erradicar del terruño patrio, sí patrio, todo lo que huela a Castilla. Será a España, me corrigen. No, subrayo. Si el catalán fuera la lengua oficial de España, el español, en vez de serlo el castellano, otro gallo cantaría. En el gallinero catalanista, matan al gallo castellano. Para gallo, el catalán.

 

Y así estamos. Pendientes de la daga asesina de una España que se debate entre la estupidez de sus gobernantes y la idiocia de sus políticos. Una España que se mece entre la cobardía de algunos y la zorrería de otros. En tanto la inmersión catalana fructifica, la sumersión y ahogamiento del castellano es todo un éxito. A pesar de palabras, de leyes y de constituciones. El triunfo de la minoría sobre la mayoría es el síntoma de una enfermedad maligna: la dictadura del terror. Los catalanistas lo saben y su jacobinismo es ilimitado. Eso sí, Robespierre murió tomando una taza de su propia medicina.

 

Un saludo.

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