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Francisco Velasco. Abogado e historiador

RAJOY, AÑO UNO

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Las elecciones de 2011 fueron reveladoras. Los candidatos de derechas y de izquierdas se mostraron como unos mentirosos de tomo y lomo o unos estafadores de la política o unos insensatos ebrios de poder o unos canallas que a todo se apuntan con tal de alcanzar la gloria.

 

No se debe a la fecha mágica del "veinteene" que los demócratas de toda la vida vendan la burra coja, enferma y vieja como si de una yegua joven y briosa se tratara. La muerte de Franco fue una coincidencia, sí. Pero qué casualidad. El dictador nos tocó las libertades y los peperos y psoecialistas nos golpearon las dignidades. El primero, a la fuerza. Los segundos, a la chita mitineando. Incapaz el derrotado y embustero el vencedor. Uno y otro se han hecho merecedores a la repulsa general.

 

Es cierto que Rajoy no es, ni de lejos, el anverso o el reverso de la falsa moneda de Zapatero. Pero no es menos cierto que embustero el leonés, embustero el gallego. Las promesas de que el cambio conllevaría la solución, lenta pero segura, a los problemas sociales y económicos de España, se escurrieron por el sumidero de la cloaca política. Con lo fácil que hubiera sido que el Partido Popular dijera la verdad. Que miren, ciudadanos, votantes, que miren, que vamos a tratar de hacer las cosas con honestidad pero que la Física no ha descubierto aún los drones que superen la velocidad de la luz, ni las Matemáticas han dejado de ser ciencias exactas, ni la Economía nos puede convencer de que el déficit se compensa con mayores cantidades de deuda. Y como las cosas son así y no de manera distinta, que o arrimamos el hombro, que admitimos los recortes, que aumentamos las horas de trabajo, que subimos las edades de jubilación, que exterminamos la pandemia de la corrupción institucional, o nos vamos todos a hacer puñetas. Fácil y honrado. Lo contrario, indecente.

 

Qué fácil lo pudo tener Rajoy. En vez de declarar las maldades de Zapatero y cantar las beldades de su futuro Gobierno, debiera haberse arropado con el manto de la humildad y advertir a la ciudadanía de que la única política posible y, probable, es la de la austeridad y todo lo que comporta. Que, desde esta premisa, trabajaría para salir del fango heredado. Sin embargo, no lo hizo. Se apuntó a la demagogia. El déficit galopaba sobre las praderas de la prima de riesgo y de la bolsa y no había fuerza humana capaz de detener esa carrera desbocada. Salvo los malditos recortes. Si eso ya se sabía. A qué continuar. Por qué recurrir a la ignominia del engaño.

 

Un año después, las cosas no están peor. Sin embargo, las protestas prosiguen su escalada. Se atenúa el riesgo de la quiebra del Estado económico pero se agudiza la descomposición del estado social. Son los efectos de los planteamientos erróneos, de la propaganda estúpida y de los valores perdidos. Un año después. Sigo creyendo lo mismo: que esto lo arregla el PP o nadie. El Psoe está al acecho, como el buitre que quiere devorar los restos de la matanza que ellos mismos provocaron. Acaso no sea tarde para pedir perdón. Rajoy debiera hacer una declaración oficial como presidente del Gobierno. Me equivoqué, deberá reconocer. Debí armarme de realidad y me vestí de fantasía, tendrá que admitir. A partir de ahora, no me dejaré llevar por la ambición. Si los paganos de la crisis somos los ciudadanos, también la clase política contribuirá al abono de los daños. Y los bancos no serán los privilegiados que sorteen la dificultad. Todos sin excepción pagaremos nuestras culpas.

 

A partir de esta idea, en su año II, Rajoy encontrará la paz que se precisa para gobernar en justicia, equidad y sabiduría. A partir. Si esto tiene solución, sólo el PP, repito, sólo el PP, la puede hallar. Y lo que es más difícil, llevarla a cabo a pesar de las presiones de la calle, de los bancos, de las oligarquías y de las multinacionales.

 

Un saludo.

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