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Francisco Velasco. Abogado e historiador

AÑO TRECE SIGLO VEINTIUNO

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Estrena 13. El 21. Trideca. Mala suerte. Vaya usted a saber por qué pero la manía supera las fronteras españolas. 2013 comienza en septiembre al inaugurar su curso académico. Resulta curioso. Desde muy pequeño, temeroso de las consecuencias funestas que parientes y vecinos comentaban sobre los martes y treces, traté de imponer un sentido de rebeldía al común sentir e hice de mi posición un arma de destrucción de las supercherías. Recuerdo que en mi ingenuidad contestataria, pasaba por debajo de la escalera en la que el obrero hacía sus maniobras, o caminaba erguido delante del gato negro que se te cruzaba en la calle, o me enfundaba la camisa amarilla que me compró mi madre, o me oponía por sistema a las supersticiones al uso en aquella Huelva natal de los años cincuenta de la pasada centuria.

 

Gente de misa de ocho de la mañana los domingos. Gente de velo, larga falda y mangas hasta las muñecas. Gente de ayer que envejece hoy al ritmo circadiano de la mentalidad de la época. Gente de inteligencia despierta, miedo a flor, cultura de privación y educación sin sembrar. Gente buena y solidaria, obediente y cooperadora, que sucumbía, cómo si no, a los imperativos de lo desconocido y a los demonios del jardín de sus mentes ahormadas por los efectos de la guerra civil. ¡Huy el trece! El número maldito. Que si la última cena de Cristo. Que si.

 

La normalidad educativa de un país marca el paso de la ciudadanía. Los niños en las escuelas, los adolescentes en los institutos, los jóvenes en las universidades, encarrilan la gran guardería patria. Guardería. Hoy más guardería que nunca. Septiembre abrirá la tercera hoja de su calendario sin los profesores necesarios. Eso viene ocurriendo en Andalucía desde que Griñán era cadete, me dirán. Sí. Pero a causa de la propia incuria del sistema de la Junta. Poco a poco y más tarde que pronto, las aguas de la confusión volvían al remanso de su rutina.

 

El curso 12-13 se presenta preñado de malos presagios. El personal discente puede sufrir en sus carnes la maldición bíblica del te ganarás el aprobado con el sudor de tu frente. Si no dispone de docentes que les allanen el camino de la enseñanza, el fracaso escolar se va a encaramar al triple de los valores de la morosidad bancaria. Un desastre, vaya. A estas alturas del campeonato de la inacción, miles de interinos de todos los niveles educativos ven roto el espejo de su continuidad en el curro, guardan la escoba vieja para el nuevo curso, abren el paraguas bajo su techo, dejan abiertas las tijeras de los recortes y sitúan la cama con los pies hacia la puerta. Es sabido: los muertos salen de la casa con los pies por delante.

 

Vamos a dejarnos de mandangas. El trece me asusta lo que un gorrión en una cetrería. Lo que me aterra es la panda de maleantes que no hacen su trabajo y se escudan tras el pajarillo inerme para cargarse la función pública. Ellos son los difusores de la superstición y de las manías. El trece, en martes o en viernes, es un número, no una bomba nuclear. Incluso éstas son desactivables. Cuánto más fácil acudir a la razón de los hechos para que la eficacia de los mismos nos den, al cabo, la razón. Nuestra razón. 2013 debe ser el año de la victoria del profesorado. La suya comportará el triunfo de la educación. En trece, sí, qué pasa.

 

Un saludo.

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