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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA HUELGA INÚTIL

 Es bien justo, y necesario, el derecho a la huelga. Delacroix nos legó una obra imperecedera tanto en el plano artístico como en el estadío sociopolítico: La Libertad Guiando al Pueblo. La huelga es una de las manifestaciones más excelsas del pueblo trabajador que se libera de las cadenas de la patronal y del Estado leviatán y se lanza hacia adelante en busca del aire de dignidad que se le niega. Por eso, la huelga se configura como la legítima suspensión colectiva de la actividad laboral con ocasión de reivindicar mejores condiciones en el trabajo o con el fin de evitar recortes sociales.

 

La crisis que se abate sobre el mundo occidental nos dispara misiles de destrucción. El siglo XXI se ha levantado díscolo y rebelde. Ha cumplido los primeros diez años en un ambiente de contradicciones capaces de provocar seísmos. Tal es el choque entre las placas tectónicas del Estado de bienestar heredado de la centuria anterior y del Estado de “peorestar” que se cierne amenazante. Los movimientos sociales no son movimientos estancos. Nacen, se nutren y viven de la realidad total de cada territorio. Con la diferencia, que lúcidamente expresó McLuhan, de que el mundo se ha convertido hoy en una aldea global en la que los aleteos de la periferia retumban los oidos de los más poderosos que residen en los palacios de cristal de la acrópolis. Aquí no se mueve una hoja sin que el leve sonido del aire se deje sentir a miles de kilómetros.

 

En este marco de comunicaciones se mueve la sociedad actual. No se puede olvidar la idea del gran hermano. Un gran hermano que desprecia los sentimientos fraternos si los mismos ponen en peligro una pequeña dosis de su seguridad y de su riqueza. La existencia de una amplia y mullida clase media mitiga y atempera los ruidos sociales. La huelga es el contrapunto final al redoble de campanas de muerte. Lo que pasa es que esas campanas tocan a rebato circunstancial o avisan de arrebatos de calado imprevisible. Es en este momento cuando estalla la revolución que no por predecible deja de generar profundos, súbitos y violentos radicalismos. El cambio revolucionario rompe con el orden establecido y su trascendencia se mide en unidades de destrucción de las estructuras vigentes.

 

Las huelgas que se avecinan sobre el orden socioeconómico de los privilegiados prevén una encrucijada de intereses. Si el frentismo se queda en simples modificaciones o incluso en revueltas, todo queda en casa. Se limpian los jarrones rotos y a otra cosa, mariposa. Los indignados y los “quinceemes” son livianas muestras de este enfrentamiento de juguete. Mas si la pugna discurre por derroteros descontrolados, entonces a ver quién para una revolución que, es verdad, cambiará la faz de la tierra pero que, y no es menos cierto, dejará tanta ruina a su paso que muchos no verán la operación de cirugía estética y la mayoría se preguntará si el nuevo rostro ha valido la pena.

 

En Grecia han convocado la séptima huelga general del año. Siete huelgas generales inútiles a la luz de sus resultados. Se protesta contra los recortes sociales, contra la subida de impuestos y contra el despido fácil. Sus peticiones son, desde un punto de vista de la justicia, incontrovertibles. Pecan, sin embargo, de extemporáneas. Los griegos llevan años dejándose mecer por la brisa del psoecialismo más demagogo. Ciegos, sordos y mudos que, de repente, se sorprenden por la tempestad que había de venir. Lloran por un presente que no es sobrevenido. Muy al contrario: anunciado desde tiempo atrás con inmensas luces de neón.

 

Las huelgas generales de un día crearán problemas, atrasos, atascos, dificultades y feria. Pero el Gobierno heleno dejó de ser soberano y está sometido a los dictados de la confederación. Si los huelguistas paralizan el país, han de saber que todo es inútil. Que cada huelga general arrastra kilotones de rabia desencauzada. Pero que no hay “tutía”. Les queda por discernir si siguen jugando a los obreros decimonónicos, si tragan con los sables del nuevo imperio, si la revolución les compensa o, en fin, si todos se conforman y echan una mano para reconstruir la gran pirámide. Habrán de elegir, pero no deben caer en la trampa de la tómbola. Les puede tocar una pelota. Muy dura. Muy pesada. Aplastante.

 

Un saludo.

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