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Francisco Velasco. Abogado e historiador

CAAMAÑO

 

 El señor Caamaño es ministro de justicia. En principio, el cargo y la función nos llevan a pensar en toda una autoridad del Estado español. A bote pronto, así sería. Mas si contextualizamos su figura y la ubicamos en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, la cosa cambia. Sentarse en el Consejo y compartir responsabilidades con Pajín, Aído, Álvarez, Blanco y otras ejemplaridades de esta jaez, invita a reflexionar sobre nuestra primera impresión.

 

Entre Caamaño y Benítez, su predecesor, la justicia ha llegado a tocar fondo. Es que no pueden ser más badulaques. Su inconsistencia política corre paralela a su necedad funcional. Están pero no son. Entes licuables que adoptan la forma del recipiente en que se alojan. Algo así como su colega Conde Pumpido. Si de colorear la toga con el ocre del barro, allá van. Que interesa al partido ennegrecer las puñetas con la legalización de los filoetarras, a la piscina que se tiran. Cuando deciden modernizar el aparato judicial, mucho hablar y poco hacer. En caso de polémicas doctrinales, son capaces de convertir el principio de contradicción en un sofisma versión “no hay caso ni lo habrá” del pequeño José Blanco.

 

El tema de la cadena perpetua está adquiriendo nuevos tintes. Caamaño podría esgrimir argumentos en vez de lanzar denuestos y descalificar al adversario. Quiá. Mucho pedir a quien apenas practica más allá del exabrupto. El pensamiento cartesiano o la filosofía kantiana suenan a este ministro como Kelsen a un analfabeto. Ná de ná. Podría haber aludido a la dudosa constitucionalidad de la misma. O bien matizar las dificultades de revisabilidad de lo perpetuo. Incidir en el análisis de la reinserción. Arañar las posibilidades de la reeducación. Cosas de ese estilo. Un poco de asertividad en este producto del dedazo de ZP es pedir que el cielo reubique su techo. Misión imposible. En lugar de construir, arrasa con los discrepantes y los coloca en el barrio de los retrógrados. Los desprecia como defensores de instituciones sociopolíticas obsoletas. Una patada con la lengua constituye todo el bagaje intelectual de este mozo. A imitar. Mecaschis.

 

El abordaje del Código Penal es una necesidad insoslayable. El estado de la justicia española no puede ser más preocupante. Magistrados que archivan con la ligereza de un gun-man y jueces que firman autos de libertad antes de que la policía ponga a su disposición al ladronzuelo o al estafador de medio pelo. La calle está dividida sobre el tema de la cadena perpetua. Y si, además, es revisable, la madeja se enreda. Sin embargo, los alemanes, los británicos y los franceses la tienen instituida. Al cabo de 30 años, los penados salen a la calle. La revisión procura la reducción. La perpetuidad es un mal demasiado perverso como para ejercitarlo con crueldad. Condenar de por vida a alguien, sin posibilidad de redención, equivale a matar cualquier esperanza de perdón. La ley existe porque la sociedad demanda unas normas de convivencia e incluso de supervivencia. La ley es, pues, resultado de una petición colectiva. Al revés, no. La ley no debe condicionar la soberanía del pueblo y mucho menos suplirla.

 

Caamaño llama retrógrado a todo bicho viviente que diga esta boca es mía. Suele ocurrir que el agente se convierte en paciente. Acaso sea él partidario de retornos a dictaduras fascistas y, avergonzado de su intención, atribuya al PP la defensa de valores innobles. Caamaño realiza, como algunos astros, un movimiento retrógrado. Cómo que qué es esto. El que se realiza en sentido contrario al movimiento directo. Dicho en román paladino: que se opone al movimiento de avance de los demás y denuncia que el resto del mundo marcha por camino equivocado. Cosita de ministro. Lo que sí debiérase revisar es el modo de provisión de los ministerios. Tanto de los del Gobierno como los de la Fiscalía. Si mantenemos el status actual, el trompazo es seguro.

 

Un saludo.

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