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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA LIGA DE LOS LÍOS

 

 Me gusta el fútbol. Lo jugaba, de niño, en el empedrado de mi calle Alfonso XIII. Como no había coches aparcados ni en circulación, nuestros sueños se escenificaban en aquel largo y estrecho escenario. Allí jugábamos partidos interminables. Nos daba igual que la pelota fuera de papel, de trapo, de goma, o una simple piedra. El caso era jugar. Y si podíamos, ganar. Hemos ganao, hemos ganao la copa de meao. Los que han perdio, se la han bebío. Dios, como pasa el tiempo.

 

Era la época de esplendor del Madrid de Diestéfano. El fútbol llenaba nuestras vidas hasta el punto de olvidar nuestras hambres y torear las carestías que nos corneaban a cada paso. Yo era, y soy, muy madridista. Lo éramos todos en mi familia. Queríamos al Madrid con la misma vehemencia que temíamos al Barcelona. Digo temíamos porque nunca lo odiamos. Kubala era la otra cara del fenómeno. Un húngaro frente a un argentino.

 

Hoy día, hay un Diestéfano y un Kubala. El primero responde al nombre de Messi. El segundo sería Cristiano. Messi es el Diestéfano del Barça. Nos hemos de convencer de este axioma si queremos entender la pasión por la gresca y el barullo que invaden las confrontaciones entre los dos mejores equipos del mundo.

 

Desde mi humilde punto de vista futbolero, el Barça está creando escuela. Escuela con estilo. Estilo con clase. Clase llena de técnica. Técnica mojada en un humeante tazón de exquisiteces y de filigranas. Habrá otros estilos y otras formas de entender el deporte del balón. Pero coincidirán conmigo en que este Barça es diferente. Del mismo modo que Guardiola ha sabido imprimir al juego un marchamo de grupo con señas de identidad pata negra. Messi es el referente que trabaja para un equipo que se vuelca con su líder. Todos defienden y todos atacan. Pocos volean el cuero para quitárselo de encima. Tratan el esférico con el virtuosismo de un Rostropovich. Messi Diestéfano impone unas cláusulas que en la selección albiceleste se niegan a firmar.

 

El Barcelona de hoy es una empresa solvente que halla en la jerarquía un bálsamo de humildad y en los trabajadores el cariño de quienes quieren y se sienten amados. Retorna al deporte la idea iluminada que Cataluña siempre tuvo para con sus negocios. La felicidad se expande para disfrute de millones y para infelicidad de otros tantos. Como que por qué.

 

Uno anhela los triunfos del club de sus amores. Valora al adversario de toda la vida y admira su gusto por el arte. Con todo, desea fervientemente que el Madrid alce la copa de los triunfos. En esto, y para esto, se contrata a Mourinho. Me cae bien el portugués. Pese a sus incontinencias, el luso es un tipo de grandísima personalidad. Está organizando al club más laureado del mundo con fórmulas inglesas. El muchacho cae en la propia trampa de la calidad. Quiere vencer a un Barça de Guardiola con un estilo que no es capaz de destruir la plasticidad y eficacia de aquél. Ahí radica su error. A este Barcelona de Messi -en el que Iniesta sería una especie de Gento y Xavi un Puskas de altura- no se le puede superar más que jugando parecido. Imitándolo en lo posible. Los futbolistas azugranas han acumulado tal destreza posicional que no se van a Sevilla ni un momento. Saben que pueden perder la silla.

 

En el Madrid actual, al que reconozco méritos de superación y al que quiero insuflarle huracanes de aliento, ser segundo es una hazaña importante. La proeza sería ganar. Si lo consigue esta temporada, me alegraré como hincha pero tendría que analizar el tema con la reflexión que merece. Bajo ningún concepto, admitiría que se intentase con Messi lo que algunos desgraciados hicieron con Diestéfano. Lesionarlo. Para que el cazo dé la vuelta, no hay otra solución que quitar de enmedio al Leo. Al León. Y así, no. No y no. Respetemos, al menos, el arte. Este Barça lo tiene. Al menos, esto reconoce este humilde seguidor del Real Madrid.

 

Un saludo.

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